Veterodoxia – Pepe Rey

Luis de Guzmán y familia

Luis de Guzmán fue el vihuelista más famoso en el siglo XVI. Su figura es recordada y elogiada por Juan Bermudo, Paulo Giovio, Francisco Bermúdez de Pedraza, Prudencio de Sandoval, Luis Zapata y algunos cronistas anónimos. Y, sin embargo, no se ha conservado ninguna obra suya y apenas conocemos datos de su vida. Precisamente el dato que todos repiten con más o menos detalle es la fecha y circunstancia de su muerte: 1 de mayo de 1528 en la batalla naval que tuvo lugar en el golfo de Salerno, frente a Nápoles, entre las armadas española y veneciana. Poco puede añadir aquí Veterodoxia a lo ya publicado por John Griffiths[1] y Pilar Ramos[2] sobre la biografía de Luis de Guzmán, salvo alguna referencia mínima que es más curiosidad que otra cosa. Lo más interesante vendrá después y será situar al vihuelista en su entorno familiar. Pero antes veamos las curiosidades biográficas.

El burlesco cronista don Francés de Zúñiga menciona a Luis de Guzmán en un contexto que no resulta fácil de explicar. Al comentar algunos sucesos ocurridos en 1523, redacta un largo párrafo que comienza así:[3]

El Emperador entró [=debatió] muchas veces con los grandes que ahí nos hallamos sobre lo que se debía hacer para engordar a don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago…[a continuación pone varios objetivos del debate igualmente disparatados, entre otros el siguiente] …y para que Luis de Guzmán tenga vihuela de suyo, pues no está en ser el mejor músico del mundo, sino en que le hagan ejecución de bienes perdidos, si se los hallaren, o que muestre a tañer al licenciado Aguirre o al Adelantado de Granada

Es difícil entender lo que intenta decir el bufón-cronista con su enrevesado lenguaje cargado de segundos sentidos. Parece aludir a que la situación económica del vihuelista no era muy boyante y empleaba más esfuerzos en recuperar sus bienes –“perdidos” sin que sepamos por qué razón– que “en ser el mejor músico del mundo”. Podría aludir, incluso, a que sus bienes hubieran sido embargados por la Inquisición –como luego veremos que le ocurrió a su padre en 1506– porque el licenciado Aguirre aludido, a quien recomienda que dé clase de vihuela, no es otro que el alavés Ortuño Ibáñez de Aguirre, alto funcionario de la corte del Emperador y de su total confianza, que era miembro del Consejo de la Inquisición, además de pertenecer al Consejo Real. Lorenzo Galíndez de Carvajal en el informe que redactó para Carlos V sobre los integrantes del Consejo Real describió al licenciado Aguirre como “hombre limpio, porque es hidalgo y ha entendido en la Inquisición. Es hombre fiel: tiene medianas letras y buena experiencia, aunque en muchas cosas no tiene moderación ni con los superiores ni con los iguales, y es hombre de opinión”. No parece haber, pues, connotación musical alguna, sino política o de algún otro tipo. De cualquier modo, la interpretación del pasaje resulta difícil.

Al otro personaje que sale a colación en la cita, Gutierre de Cárdenas, adelantado de Granada, alude don Francés en otros varios lugares de su crónica. En uno de ellos lo relaciona con la famosa campana de Velilla, que se tañía ella sola para anunciar sucesos extraordinarios:

En estos tiempos en el reino de Aragón, en cierto lugar que se llama Bililla […] milagrosamente, de suyo, se tañó una campana que allí había; quieren decir que fue porque […] acaso, o desdicha, don Gutierre de Cárdenas, adelantado de Granada, en este año pagó sus deudas, promesas y libranzas de manera que así criados como otras gentes fueron de él malcontentos. Por estas cosas e por otras muchas acaecidas, la dicha campana se tañó. Este adelantado de Granada, yendo el Emperador a Ocaña, le mandó un caballo que le estimaba en dos mil ducados, y hallóse que este caballo no nació de allí a tres años.[4]

De la ironía del cronista deducimos que don Gutierre vivía por encima de sus posibilidades y prometía más de lo que podía dar. Por eso resultaba ser –irónicamente, claro está– la persona a la que Luis de Guzmán debía acudir para solventar sus problemas económicos.

Sea cual fuere la intención precisa del cronista, lo más interesante de la cita estriba en situar al vihuelista en el entorno cortesano. Por lo que se nos dice de él, no se trata de un músico asalariado al servicio de algún noble –como pudieron serlo Narváez, Valderrábano o Fuenllana–, sino de un personaje integrado en la nobleza cortesana, aunque sin apenas medios económicos. Seguramente su enrolamiento en la armada del virrey de Nápoles en 1528 fue consecuencia de tales dificultades económicas.

La otra cita que aporto aquí a la biografía de Luis de Guzmán es todavía más anecdótica y circunstancial. En el Ms. 18220 de la Biblioteca Nacional, de Madrid, se copia la siguiente historieta:

Fue Luis de Guzmán una vez a ver a Garci Sánchez [de Badajoz] y rogándole que dijese alguna cosa con la vihuela, dijo Garci Sánchez: –Todo lo que dijere ha de ser sobre mí.

Y dijo Garci Sánchez:

García, uno de los
que viven vida contenta,
en poco cargo sin vos
al día sancto en que Dios
os ha de tomar la cuenta;
que a tiempo del relatar
la sentencia leda y triste
podéis vos muy bien hablar
qué cuenta te puedo dar
de aquello que no me diste.
[5]

La anécdota se refiere, sobre todo, a Garci Sánchez y en ella Luis de Guzmán es solo un personaje secundario. Para nosotros lo importante es que sitúa a Guzmán en un plano de igualdad con el mítico Garci Sánchez. Son figuras a las que se atribuyen anécdotas de todo tipo, porque han pasado ya a la vida de la fama, a la que aspiraban los poetas y músicos de la época.

El nombre de Luis de Guzmán es bastante frecuente en el siglo XVI y ello puede dar pie a errores cuando las menciones no son suficientemente específicas. A veces las apariencias engañan bastante. El cordobés Juan Rufo, otro bufón-escritor, incluye entre sus apotegmas[6] la siguiente anécdota:

Estando de camino para Italia don Luis de Guzmán, derretido por amores de una dama de Palacio, de quien andaba declarado servidor, le pidió [a Juan Rufo] una letra, que se cantase otro día, a propósito de que no esperaba volver con vida, según iba aquella jornada. Y en el espacio que bastó para escribillos, compuso estos versos, a quien el vulgo ha dado tantos padres como letras tienen:

El dolor que me destierra,
ese me habrá de enterrar,
¿cómo vivirá en la mar
quien deja el alma en la tierra?

Hase dicho cuándo, cómo y por quién se hizo este villancico, porque no ha faltado quien lo aplique a diferentes propósitos, ni poetas que lo prohijen.

La anécdota parece encajar perfectamente con el fatal viaje a Italia de nuestro vihuelista, pero hay un problema de fechas: el viaje tuvo lugar en 1528 y Juan Rufo nació en 1547. La he traído a colación porque es bonita y me gusta y porque muestra que los nombres son pistas que hay que seguir pero que con frecuencia juegan a desviarnos del camino verdadero. Algo de esto ha ocurrido hasta ahora con el nombre de Luis de Guzmán. Estoy seguro de que más de uno ha rastreado infructuosamente entre las infinitas ramas de los guzmanes a ver de cuál colgaba nuestro personaje. Y, aunque existe relación de parentesco con alguna de ellas, al final han resultado ser pistas más seguras los López y los Núñez, como veremos a continuación.

La pista seguida para recoger los datos que se exponen más abajo proviene de un lugar insospechable: una edición lionesa de 1782 de los tres libros del De situ orbis de Pomponio Mela. Al final de la misma el editor incluye como apéndice una biografía de Fredenandus Nonius Pintianus –o sea, Hernán Núñez vallisoletano– redactada por Andrea Schottus, debido a que el célebre humanista español fue un excelente editor y comentarista del texto latino de Pomponio Mela.

Casi como remate de la nota biográfica se incluye el siguiente párrafo:

Habuit & fratres duos summi ingenii viros, in Mathematicis Joannem, & Ludovicum in Musicis excellentem; hic in mari mediterraneo ex Italia rediens, cum a Gallis bello Italico triremis oppugnaretur, strenue pugnans, gloriose periit.

Tuvo también dos hermanos del más alto ingenio, Juan excelente en matemáticas y Luis en música; este pereció gloriosamente en el mar mediterráneo al volver de Italia peleando valientemente cuando su galera fue atacada por los franceses durante la guerra de Italia.

Aunque después de dos siglos y medio la noticia ya está algo deformada, no hay duda de que se refiere a nuestro vihuelista. Y no es el único documento en relacionar a Hernán Núñez, el Comendador Griego, con Luis de Guzmán. En la Biblioteca Nacional (Ms. 12612) se conserva un Colloquio inter locutores Philiatro y Comendador, que incluye la siguiente frase de Philiatro:

No se podría decir en vida de vuestro hermano Luis de Guzmán, el qual no tocó con menos dulzura que Orfeo.

A este respecto conviene tener en cuenta que el sistema de apellidos  entre la nobleza funcionaba en la España antigua de modo diferente al habitual hoy día. Se distinguía entre el ‘patronímico’, derivado del nombre del padre (Sánchez, Pérez, Martínez, etc.), y el ‘solar’ (de Toledo, de Guzmán, etc.). Frecuentemente se utilizaba solo uno de ellos, admitiendo también el ‘solar’ de la madre. En este caso, el nombre completo del Comendador Griego, tal como aparece en alguna ocasión, era Hernán Núñez de Toledo y de Guzmán, mientras el vihuelista usaba solo el ‘solar’ de la madre, omitiendo los referentes al padre. Es posible que el patronímico Núñez fuera adoptado no por el padre (Ruy López), sino como reconocimiento al padrino y protector, llamado Fernán Núñez.

Una vez confirmado el parentesco entre Hernán Núñez y Luis de Guzmán, la tarea de completar el entorno familiar ha sido relativamente sencilla.


[1] John Griffiths: Guzmán, Luis de. DMEH, Madrid, SGAE, 2000, vol. 6, p. 169-170.

[2] Pilar Ramos: La Música en la Catedral de Granada en la primera mitad del siglo XVII: Diego de Pontac. Granada, Diputación Provincial, 1994, vol. 1, pp. 56-57.

[3] Don Francés de Zúñiga: Crónica burlesca del Emperador Carlos V, ed. José Antonio Sánchez Paso. Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989, p. 108.

[4] Don Francés de Zúñiga: op. cit., p. 144.

[5] José Fradejas Lebrero: Más de mil y un cuentos del Siglo de Oro. Madrid, Iberoamericana, 2008, p. 165.

[6] Juan Rufo: Las seiscientas apotegmas y otras obras en verso, ed. de Alberto Blecua. Madrid, Espasa Calpe, 1972, p.109.



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