Veterodoxia – Pepe Rey

Poemas al laúd

Rainer Maria Rilke (1875 – 1926)

Die Laute

Ich bin die Laute. Willst du meinen Leib
beschreiben, seine schön gewölbten Streifen:
sprich so, als sprächest du von einer reifen
gewölbten Feige. Übertreib

das Dunkel, das du in mir siehst. Es war
Tullias Dunkelheit. In ihrer Scham
war nicht so viel, und ihr erhelltes Haar
war wie ein heller Saal. Zuweilen nahm

sie etwas Klang von meiner Oberfläche
in ihr Gesicht und sang zu mir.
Dann spannte ich mich gegen ihre Schwäche,
und endlich war mein Inneres in ihr.

Soy el laúd. Si quieres tú mi cuerpo
describir, sus bellas duelas curvadas,
habla como si hablases de un maduro
higo redondeado. Exagera

la oscuridad que ves en mí. Era
la oscuridad de Tulia. En su pubis
no había tanta y su brillante pelo
era como un salón iluminado. A veces

tomaba un sonido de mi tapa
en su rostro y me cantaba.
Entonces me tensaba contra su flaqueza
y al final mi interior estaba en ella.

José Hierro (1922 – 2002)

El laúd

I

Mister Eisen, con el índice de su mano izquierda
contraída por la artrosis,
señala o dibuja, temblorosamente,
piezas curiosas, concentradas
en el escaparate del anticuario
de Madison Avenue.

Al otro lado del vidrio de seguridad
–entre cabezas jíbaras de larga cabellera
(posiblemente falsas, pues está prohibido
la posesión y venta de estos horrores reducidos),
abanicos de nácar y marfil
con países decorados con bucólicas, convencionales,
escenas versallescas,
el petit point, ingenuo
“Mary Jones, 1904”, enmarcado,
impertinentes de plata sobredorada,
fanales en los que viven mágicamente
flores, mariposas, colibríes disecados,
páginas de antifonario doradas por el sol de Solesmes,
el samovar de plata o bruma–
estaba él, cerezo, limoncillo, nogal.
con cuatro clavijas menos,
desacordado de loco.

II

Sonó su música por vez primera
a orilla del Arno, del Sena,
del Danubio de gabarras y aceite.
Después atravesó el océano,
enmudeció, sobrevivió, sobremurió.
Escuchó los mariachis entre el humo de la marihuana,
el coruscante saxofón del gringo
(así lo fijaría en su memoria)
el clarinete bajo
de canto triste y coda de arrepentimiento,
el bandoneón del tango de Buenos Aires,
la guitarra del Sacromonte.
Lo escuchó todo, con nostalgia del rumor del bosque
que había sido su origen,
frente al estuario en el que fuego y oro desembocan.

III

Mister Eisen toma el laúd en sus manos
torpes y corvas como garras,
pero llenas de amor:
restaña las úlceras de la madera,
acaricia y barniza la convexidad de la caja
–cráneo, pecho, cadera, nalga–,
tensa y templa las cuerdas.
Y la madera renacida
huele de nuevo a bosque,
a salón cortesano, a rosa de Cremona.

IV

Mister Eisen se asoma
al brocal del laúd
un instante antes de que en la superficie del agua,
en el punto donde cayó la lágrima, la hoja
que originó los círculos concéntricos
que se expandían y desvanecían…
(pero está confundiendo las cosas,
porque ahora está , sin sospecharlo,
desandando el camino,
contradiciendo al tiempo,
pues ocurre que los círculos se contraen,
son cada vez menores,
retroceden hacia su punto de partida).
Decía que poco antes de regresar a su origen
se ha formado el anillo en el agua de música.

V

Mister Eisen quiere no ver la mano
que ha tomado el anillo recuperado,
se lo coloca en uno de los dedos,
en el que nunca estuvo y debió haber estado.
Ya no es el agua del laúd
lo que resuena movida por las cuerdas,
ni el agua del East River,
en cuya orilla se produce el prodigio,
sino el agua domada del estanque
de la Casa de Campo de Madrid.
Descienden por la escala
de los trastes los dedos,
cada vez más agudos los sonidos,
cada vez más desamparados,
hasta el brocal del pozo.
Y lo que suenan son las músicas
recuperadas del naufragio,
misteriosas y tenues, y antiguas, y resucitadas,
pavanas y gallardas,
arrojadas por la marea
a estas orillas de cristal y metal.
Llegaron en la panza de instrumentos o naves,
sobrevivieron a los días
y ahora suenan en Nueva York,
tañidas por los dedos torpes de Mister Eisen,
y suenan, y suenan, y suenan
y nunca dejarán de sonar,
porque el laúd,
cree equivocadamente Mister Eisen,
ha recuperado su cuerpo y su alma.

VI

Pero ésta es otra música, no aquélla.
Mister Eisen, Mister Pigmalión,
enamorado de su obra,
no sabrá nunca que el alma encerrada
en la entraña de la madera,
existió antes que él,
y nunca será igual.
Besa su mano tañedora
que ha domado los sones.
Se resiste a aceptar
que él no es el dios que crea de la nada,
sino solo un luthier,
–técnica y artesanía–,
y que la música acordada que nace de sus dedos
sonó con transparencia irrepetible
hace ya varios siglos
y lo que ahora se escucha
es un eco que llega, atravesando el tiempo,
melancólicamente.

Gonzalo Rojas (1917), El alumbrado (1985)

Trece cuerdas para laúd

D′accord, puestas al fuego todas las mujeres son pelirrojas, Teresa
de Jesús es pelirroja, Safo, Emily
Brontë es pelirroja, Magdalena de Magdala, tres
de las nueve hijas de Mnemósine y Zeus son pelirrojas,
Euterpe, Melpómene,Terpsícore por no decir todas las
novias de la locura nacidas y
por nacer llámense Andrómaca
o Marilyn son pelirrojas; ésta
que va ahí y arde es
pelirroja, ésa otra que
lo ha perdido todo en la fiesta es pelirroja, la vida
que me espera es pelirroja, la Muerte
que me espera.

Luis Gutiérrez del Arroyo, Tratado de glosas (1996)

Escuchad el laúd desde una alcoba:
su armonía redonda
provoca en los sepulcros de la cripta
débil temblor de vestiduras
de quebradizas telas secas
que hoy solo cubren huesos
de doncellas, que antaño
bañaban sus calores
con indolencia en este estanque.
Recibid al laúd:
¿qué residuo atrayente deja en habitaciones?
acordes casi de silencio,
sugeridos diálogos y susurros agónicos;
blandas manos procuran el sonido
de tensas cuerdas delicadas,
mientras recrea en sus maderas
desatendidos ruegos de antiguos trovadores.



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