Sorpresa
Tras el último acorde de la marcha y cortando el conato de aplausos, RP se levantó como movido por un resorte y se abalanzó sobre el micro enarbolando unos folios que acababa de extraer de su astrosa cartera:
-¡Es un plagio total, escandaloso! ¡Aquí traigo la prueba! ¡Qué bochorno! ¡Qué oprobio! ¡Qué vergüenza!
Y le espetó los papeles a Palacios que, tras ojearlos un poco, leyó en voz alta:
-«Marcha fúnebre para pianoforte en recuerdo homenaje al insigne artista Julián Gayarre»… ¿Pero, qué es esto?
– ¿Que qué es esto? Sencillamente, que la música que acabamos de escuchar fue compuesta e impresa hace más de cien años y ha sido plagiada descaradamente por la que ahora se atreve a afirmar que es su autora.
-Es cierto. Es la misma música y está impresa en 1890…
-Lo que yo le diga, joven. ¿Ve cómo mis sospechas de pucherazo estaban sólidamente fundadas?
La sala había enmudecido, aunque todas las caras estaban sonrientes. ¿Qué estaba pasando allí?, se preguntaban. ¿Era todo un montaje de la AESAP o realmente les habían colado gato por liebre en el concurso? En medio del tenso silencio se oyó una voz temblorosa, aunque enérgica, en un lateral del patio de butacas.
-¡Mentira, yo soy la autora!
Era la anciana señora que, apoyándose en su bastón, intentaba penosamente subir al escenario repitiendo ¡yo soy la autora, yo soy la autora!. Cuando por fin, ayudada por varias personas (entre ellas el fotógrafo, razón por la cual no existe imagen de tan climáxico momento), logró llegar hasta el micro, RP le dijo secamente:
-Identifíquese.
La pobre anciana balbució, más que dijo, mientras sacaba del bolso el DNI:
-Victoria Yepes, aquí lo pone.
Y era cierto: Victoria Yepes con todas las letras ponía claramente el DNI.
Como si se tratase de una comedia de Pirandello, el público empezó a hablar en voz alta, unos a favor y otros en contra de no se sabía muy bien qué. Palacios había perdido totalmente el control del evento. Tenía en una mano las partituras y en la otra el DNI de la viuda y… y… y no sabía qué decir ni qué pensar de todo aquello, mientras a su alrededor el barullo iba en aumento. RP, más frío, como quien ya hubiera calculado la escena previamente, le sacó del ensimismamiento:
-Vamos, joven, reaccione. ¿Y si procedemos a la entrega de premios?
-¿Pero…?
-Nada, nada. Estas coronas me han costado una pasta y no me las voy a llevar de vuelta a casa.
-¿Pero… y el plagio?
-No tiene importancia. Son cosas que pasan. Y en la música han pasado muchas veces y seguirán pasando. Esta buena señora ha querido prolongar un siglo más el homenaje debido a aquel gran artista que fue Gayarre. Eso también tiene su mérito y debemos reconocérselo. Total, para lo que le queda…
Y dicho y hecho. Con el ceremonial más simple -a la par que elegante- que imaginar se pueda, RP entregó la corona de laurel a D. Adolfo Núñez y la de flores a Dª Victoria Yepes, que de pronto pareció rejuvenecer a ojos vistas tras el duro trance al que se había visto sometida.
Y así acabó todo, sin que hubiera de hecho un final con aplausos, propinas y lo habitual. El público no paraba de comentar y reír. La confusión sobre lo que realmente habían presenciado era general y, por lo que he podido comprobar, ha ido aumentando con el tiempo y el boca a boca. Aquella lozana viuda no parecía estar a las puertas de la muerte. El supuesto representante de la SNIF se había quitado la chistera y resultó tener muchos conocidos entre el público y también, por supuesto, entre los miembros de la AESAP. Evidentemente todo aquello había sido un montaje teatral, puesto que se había representado en un escenario, pero contenia demasiados elementos ‘reales’: el concurso era real, Agúndez & Palacios eran reales, el acta del jurado era real, Dª Victoria y su DNI eran reales, la marcha premiada era real, el plagio también era real…
Entonces, ¿qué fue lo inventado, lo no-real? Cada cual es libre de decidirlo, aunque para mí tengo que lo más ‘real’ fue, en sentido literal, lo inventado.
Pepe Rey
(Fotografías: J. D. Martín y J. Turina)
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