Convocatoria del concurso
Según mis cálculos, debió de ser en octubre o noviembre de 1982 cuando en los centros neurálgicos de la vida musical madrileña aparecieron unos trípticos de humilde factura en los que se convocaba el 1º Concurso Internacional de Marchas Fúnebres para Tecla. Firmaba la convocatoria una denominada “Academia de Educación Sentimental Agúndez-Palacios”, entidad pretendidamente pedagógica, poco conocida hasta entonces y con sede en la C/ Viriato, 54.
Del texto de la convocatoria, algo menos tópico que lo que suelen ser tales textos, entresaco lo fundamental: que los interesados deberían entregar la partitura de una marcha compuesta con posterioridad a octubre de 1982 y que deberían acompañarla de un breve análisis, añadiendo opcionalmente una “nota de índole histórico-anecdótica que haya rodeado el momento de la composición”. La institución académica convocante se comprometía, entre otras cosas, a estrenar las obras premiadas “en uno de los actos públicos que durante 1983 celebre la Academia”. Algunos medios de la prensa escrita publicaron un extracto de la convocatoria en la sección Concursos y oposiciones, que ocasionalmente esporádicos lectores suelen curiosear en alguna tediosa tarde de domingo, antes de detenerse en la sección Contactos.
Como la entidad de los premios no resultaba demasiado tentadora ni por su cuantía económica ni por la posible difusión, las primeras marchas concursantes se hicieron esperar. Procedían en su mayor parte, lógicamente, de amiguetes de los organizadores, dispuestos a participar en el tinglado montado por estos, siguiendo tan sabio como útil principio “hoy por ti, mañana por mí”, gracias al que muchas generaciones artísticas han conseguido una notoriedad que superaba las posibilidades y los méritos individuales de cada uno de sus miembros.
En enero de 1983 ya se supo en los mentideros de la villa que el acto final del concurso con la entrega de premios y demás parafernalia nicéfora tendría lugar en el marco del 4º Festival de la Libre Expresión Sonora, organizado por la Universidad Complutense. Después se conocerían la fecha y el local concretos: Salón de Actos de la Facultad de Bellas Artes, el jueves 10 de marzo a las 13:00 horas.
A medida que se acercaba el final del plazo de presentación de originales aumentaba la llegada de partituras concursantes. El Sr. Palacios, uno de los directores de la dual Academia, comentaba con sus amigos y allegados cosas como: “Nos ha llegado una marcha de un sacristán de un pueblo de Murcia, que se lo ha tomado en serio. Es fantástica. Cumple todos los cánones marchifunebrescos. Lo extraño es que está dedicada al alcalde del pueblo, que parece ser que aún está vivo. No sabemos si por detrás se esconden segundas y aviesas intenciones”.
Una de las últimas partituras en llegar a finales de febrero, apenas un par de días antes de que se reuniera el jurado para dirimir el concurso, venía firmada por Victoria Yepes, Vda. de Mompradé. Le acompañaba una patética carta, en la que la viuda –de más de 70 años, por lo que allí contaba– explicaba los porqués de su composición. Agúndez y Palacios estaban emocionados y exultantes: “No os lo vais a creer», decían a sus amigos y allegados. «Es una alumna de Conrado del Campo, que reniega del atonalismo y que está a punto de morir de cáncer”. Ni en sus mejores sueños habían imaginado una cosa así. Al comentar estas cosas, ponían la cara de quien se sabe dueño de un tesoro que no va a tener más remedio que compartir, pero que, mientras tanto, es sólo para su disfrute personal. Aquella viuda había sido el pez gordo atrapado por sus redes. El éxito del concurso estaba asegurado.
Como en la carta no figuraba teléfono alguno, a pesar de que las normas así lo exigían, Agúndez-Palacios decidieron que harían una visita a la pobre señora al día siguiente de la entrega de premios, desplazándose a Villaviciosa de Odón, donde al parecer residía, y le llevarían unas flores y unos bombones. Todo ello, por supuesto, independientemente de si el tribunal le daba o no algún premio.
Finalmente el domingo, 6 de marzo por la tarde, se reunió el tribunal nombrado al efecto y tomó de modo inapelable las decisiones que el lector conocerá en el capítulo siguiente.
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