Dulzaina
Casi siempre en plural y frecuentemente agrupadas con los instrumentos altos de los ministriles (Villalón, Díaz, Cervantes-Quijote, Duque). Covarrubias no recoge el término, pero Aut. sí: «A manera de trompetilla. Úsase en las fiestas principales para bailar; tócase con la boca y es de tres cuartas de largo, poco más o menos, y tiene diferentes taladros en que se ponen los dedos. Parécese en la figura a lo que hoy llamamos Flauta dulce. Usaron mucho los Moros deste género de instrumento y aún hoy se usa mucho en los Reinos de Murcia y Valencia». Según Cervantes (Persiles y Quijote), los moros usan «un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías». Horozco las presenta mezcladas con «algazar y voces terribles, con que atronaban aquellos campos, según lo acostumbran siempre, pareciéndoles que así turban y amedrentan más a sus contrarios». Tal carácter de sonoridad fuerte contrasta con una escena pintada por Villalón (Crótalon), en la que varias «lindas y hermosas damas» danzan «a la suave música de arpas y dulzainas». Arpa, dulzaina y voz se combinan en una serenata nocturna descrita por Montemayor.
Escoba
Escena en el patio de Monipodio (Cervantes-Rinconete):
…la Gananciosa tomó una escoba de palma, nueva, que allí se halló acaso y, rascándola, hizo un son que, aunque ronco y áspero, se concertaba con el del chapín… -¿Admíranse de la escoba? Pues bien hacen, pues música más presta y más sin pesadumbre, ni más barata, no se ha inventado en el mundo… tan fácil de deprender, tan mañera de tocar, tan sin trastes, clavijas ni cuerdas, y tan sin necesidad de templarse; y aun voto a tal que dicen que la inventó un galán de esta ciudad que se pica de ser un Héctor en la música.
Mucho nos gustaría conocer el nombre de este innovador galán sevillano, pero lo cierto es que varios años antes se habían impreso en Barcelona y Madrid los Diálogos de apacible entretenimiento, de Gaspar Lucas Hidalgo, donde se describe una máscara de carnaval celebrada en casa del conde don Francisco de X., en Burgos. Intervinieron seis parejas de danzantes
y con cada dos danzantes un músico tañendo un instrumento muy conforme a las figuras de los danzantes. Y es de saber que así los danzantes como los músicos llevaban su letra a las espaldas, muy conforme a las figuras de cada uno… Salieron luego dos viejas, vestidas como tales… A éstas les iba haciendo el son una figura con una escoba de palma y con esta letra:
Bailad, viejas, a la escoba,
pues vuestra antigua hermosura
la trocastes en basura.
Quizá, pues, el inventor no fuera un sevillano, sino un burgalés.
Esquila
Cervantes (Quijote) menciona «una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había ganado». Correas explica así el refrán «A Dios, que esquilan»: «Esquilar es tañer campanas pequeñas o esquilas o esquilones para recoger la gente; y esquilan por tresquilan las ovejas».
Esquilón
Por las referencias de Zúñiga, Salinas, Correas y Cervantes (Quijote) parece deducirse que equivale a campana pequeña pero mayor que una campanilla. Covarrubias certifica: «Campana pequeña». Entre otros usos, la llevaban los esclavos (Correas): «El esclavo no trae el esquilón por su honor».
Fístula
Término poético para «flauta», mencionado por don Juan de Tassis en un bello soneto «A unas cañas, sepulcro de Siringa»:
Siringa, ninfa un tiempo, suspendida
hoy fístula de tronco que, animada,
mudo es trofeo, pompa venerada
del que ya muerto logra mejor vida.
Para Aut. el significado primero es «cañón por donde sale el agua», pero también «cierto género de instrumento músico, que regularmente es de caña, y animado con el viento causa variedad de sones».
Flauta
Rara vez aparece sola, más frecuentemente en plural y las más de las veces asociada al tamboril. Villalón (Crótalon), Díaz del Castillo y Duque de Estrada la incluyen en los conjuntos de ministriles y Gil Polo en un conjunto de ninfas con instrumentos bajos. Puede ser de «aciprés» (Delicado) o de caña (Núñez). Habitual en los medios pastoriles (Montemayor, Vega-Arcadia y Cervantes-Galatea), también la tañen musas (Rojas-A.), músicos de teatro (Rufo), mujeres turcas (Viaje), o indios (Núñez). Cervantes califica su sonido de «sumiso y agradable… blando y amoroso» (Quijote) y «triste» (Casa).
La flauta y el tamboril pueden considerarse casi como una entidad organológica inseparable, bien entendido que entonces se tratará de una flauta de tres agujeros. En este caso López de Úbeda utiliza como sinónimos «gaita» y «flauta». Habitual en escenas de danza popular, Cervantes (Quijote) presenta un grupo de «cuatro diestros tañedores de tamboril y flauta», pero es la Justina de López de Úbeda quien reúne a doscientos y quien más larga y graciosamente habla de su abuelo flautista y de su flauta (dicho sea a buena parte):
Las mujeres, si creemos a los maldicientes talmudistas, somos hijas de una flauta y tamboril y así salimos estrechas de pescuezo y anchas de cuerpo y hablamos tiple… Verásme echar muchas veces por lo flautado; no se te haga nuevo, que tuve abuelo flautista, y parece nací con la flauta inserta en el cuerpo, según gusto della… Mi tatarabuelo materno fue gaitero y tamborilero, vecino de un lugar de Extremadura que llaman Malpartida… El día de las danzas del Corpus o en cualquier otro de alegría, el que llevaba a este mi abuelo no pensaba que hacía poco… Éste murió de desgracia y fue que yendo un día de Corpus como capitán de más de doscientos tamborileros, que se juntan en Plasencia a tamborilar la procesión, tañendo su flauta y tamborino bien devoto, a lo menos bien descuidado de lo que le podía suceder, sucedió que… le dio una gran puñada en la hondonada de la flauta y asestóla en el garguero. Debía tener el pasapán estrecho y atoró la gaita como si se la hubieran encolado con las vías del garguero. Y lo peor fue que al entrar se llevó de mancomún tras sí los dientes que encontró en el camino, como si la gaita no supiera entrar sin aposentadores. Ésta fue gaita, ésta fue cuña, ésta fue el diablo de Palermo, que nunca quiso salir hasta que de un estirijón se la sacó del cuerpo un tabernero, pareciéndole que lo mismo era sacar una gaita de aquel cuerpo, que sacar un embudo de un cuero empegado… En fin, de aquel envión salió la gaita y junto a ella revuelta aquella animita saltadera, trotadera, brincadera, bailadera, sotadera, que parecía un azogue. Murió en su oficio y su oficio murió en él, que después acá no ha habido tamboritero de consolación en todo aquel buen partido de Malpartida… Quiero contar un cuento a propósito de la gaita que tapó a mi abuelo las vías. A un comediante oí yo una vez apostar que nadie acertaría cómo es posible tapar siete agujeros con uno o uno con siete. Yo, acordándome de la muerte de mi abuelo, dije que los siete agujeros de la flauta los tapó mi abuelo con un agujero del gaznate y el uno del gaznate con los siete de la flauta. Con esto gané la apuesta, que fue unos chapines… [A mi madre] la muerte hízole más cortesía que a su abuelo el tamborilero, que mal partió de Malpartida, que a ella le tapó las vías con flauta de longaniza, y al otro con flauta de madero. No sé. A toda mi generación la llevó la muerte por lo enflautado.
González utiliza «flauta» por «jeringa» o lavativa. Es símbolo por antonomasia del órgano sexual masculino (Delicado) y por ello da pie a dobles sentidos (López): «parece nací con la flauta inserta en el cuerpo, según gusto della». En la máscara carnavalesca burgalesa descrita por Lucas Hidalgo
Salieron luego dos danzantes vestidos todos de arriba abajo de braguetas viejas… A éstos les iba haciendo el son un tañedor de flauta, que llevaba esta letra:
Pues que de flautas de trapos
es de aquestos la librea
de flauta el son también sea.
Es frecuente el refrán (Rojas-A.): «cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos», utilizado por Góngora para estribillo de una letrilla y comentado así por Correas: «De lo sin tiempo», o sea, inoportuno (v. «pito»). Y muy frecuentes los derivados «flautado» (Cervantes), «enflautado» y «enflautador» (Quevedo), y «enflautar» (González) con diversos sentidos. Gracián especifica: «El atildado, el mirlado, el abemolado y que habla con voz enflautada, con tonillo de falsete».
Gaita
Término polivalente: puede designar: 1) la flauta de tres agujeros; 2) instrumentos diversos de viento-lengüeta con o sin fuelle; y 3) quizá, de cuerda frotada por una rueda. Como instrumento de viento queda atestiguado por el calificativo «músico soplón» (Tranca) aplicado a un gaitero callejero. El primer sentido ha sido suficientemente ejemplificado por López de Úbeda en el apartado «flauta». El segundo queda sugerido en esta frase de Rodríguez de Montalvo: «Llegaron los romanos… y traían consigo gaitas y trompetas y otras cosas que gran ruido hacían». (V. también la definición de «cornamusa» en Covarrubias). El tercero cabe imaginarlo en esta escena de Vélez de Guevara: «Fueron unos ciegos y una gaita zamorana, que muy cerca de allí se recogían», puesto que el típico instrumento de los ciegos, es la denominada «chinfonía» o «sinfonía» (v. «cinfonía»). El parentesco -o quizá sinonimia- entre ambos términos queda sugerido por Quiñones de Benavente:
MARIANA. Soy condesa, señor, de Chinfonía.
PERICO. ¿Dónde cae Chinfonía?
MARI. Junto a Gaita.
PERI. ¿Qué nombre ha la provincia?
MARI. Zamorana.
De todos modos en ningún caso se afirma la identidad entre «chinfonía» y «gaita zamorana». Antes al contrario, Covarrubias -que sólo recoge como «gayta» la acepción de instrumento de viento con odre y bordones- afirma que «ordinariamente ponen al odrecillo de la gaita de muchas colores. Las gaitas zamoranas tienen nombre en España y las gaitillas de Barcelona», lo cual parece describir a la gaita zamorana con un odre. La gaita zamorana es incluida entre los instrumentos vulgares por Vélez de Guevara y entre los pastoriles por Cervantes (Quijote), que, además, la menciona en Pedro de Urdemalas.
Estos versos de Quevedo en el romance «Lición de una tía a una muchacha»:
Para mí son bolsones,
sones y liras,
gaita mejicana
de mi codicia.
parecen designar un instrumento de viento con fuelle u odre. No creo que el adjetivo «mejicana» se refiera a un tipo organológico particular, sino más bien que equivale a «rica, llena de oro». Lucas Hidalgo utiliza el término «gaita» por «ayuda», «clíster» o lavativa. Covarrubias recoge también esta acepción «por cuanto el cocimiento le echan en una manguilla de cuero, que tiene un cañuto y en cierta manera es semejante a la gayta».
Los gaiteros son gente callejera, que se alquilan para tocar en fiestas y bailes (Tranca). Quizá en este sentido y con segundas intenciones sexuales llama la Lozana andaluza (Delicado) «gaitero» a su enamorado. Parecidas alusiones se encierran en un refrán que recoge Correas: «Lloraba la del gaitero porque la llevaba la pipa el perro y volvíala a llorar porque se la vía llevar. Pipa por lo de él y por lo suyo».
Gracián aconseja a los viejos que «no vistan de gala y entiendan que el traje que para un joven sería decente, para ellos es gaitería». Covarrubias recoge el término «gaitería» en idéntico sentido. «Gaiteado» debe equivaler a «de colores», según comenta Correas a propósito del refrán: «El faldellín y el lacayo, gaiteado: faldellín o manto es hábito de mujeres, debajo de las sayas, el cual hacen de color azul o colorado, con pasamanos». «Templar gaitas» (Correas) significa «llevar mal la condición de alguno siendo molesta». Fernando de Rojas utiliza la expresión «De otro temple está esta gaita», y Agustín de Rojas y Correas el refrán «El gaitero de Bujalance, que le dan un maravedí porque taña y tres porque calle». Correas añade otros más: «Ándese la gaita por el lugar. Dicho de los que no se les da nada»; «Bueno es marido gaitero, y aunque sea mortero»; «Cuando los viejos son gaiteros, ¿qué harán los mozos solteros?»; «Si las viejas son gaiteras, ¿qué harán las niñas solteras?»; «El gaitero de Arganda, que le dan uno porque comience y diez porque lo deje»; «Juana, de vos hagan una gaita.- Y de vos, mezquino, hagan un tamborino, y luego, majadero, hagan un pandero»; «Nadie me moquee, que tiraré la gaita: moquear por mofar»; «Sopla y tañe, que se va el gaitero»; «Sopla y tañe, gaitero, que se va el padrino bueno»; «Vuelta con pedo, para el gaitero».
Confesaré, finalmente, que no he sabido adivinar a qué principesca autora literaria esconde Gracián en el siguiente párrafo:
Gustaron no poco de ver una gaita, y aun ella [la ninfa] la animó con lindo gusto, aunque descompuso algo de su gran belleza y dijo: «Pues de verdad que fue de una musa princesa, a cuyo son solía bailar Gila en la noche de aquel santo».
Ginebra
Citado por Vélez de Guevara entre los instrumentos vulgares. Y mucho debía serlo, cuando Duque de Estrada alude a ella al referirse a una canción de presos borrachos «con tan desentonadas voces, que más era ginebra que música».
Guitarra
Hay opiniones divididas: Para unos es instrumento vulgar (Vélez de Guevara) o, peor aún (Covarrubias), es «instrumento bien conocido y exercitado muy en perjuicio de la música que antes se tañía en la vihuela». Para otros es «el más mañero y menos costoso» (Cervantes-Celoso) o el único y mejor (Salinas):
¡Bien haya una guitarrilla
y seis versos de romance
a lo pícaro cantados
que para mí no hay más Flandes.
La construyen y encuerdan los «violeros» (Salinas). Si hemos de hacer caso a este autor, las mejores primas son de Alemania, mientras las mejores terceras son de la tierra, aunque seguramente él se refiere a otra clase de «primas» y de «terceras». Abundan mucho los juegos con estas dos palabras (Moreto escribe un largo pasaje al respecto). Para comprobar si las cuerdas son buenas, se tensan y se ponen en vibración y han de verse claramente dos (Salinas). La guitarra «se compone de cinco órdenes» (Cervantes-Habladores). Con cuerdas de guitarra se sujetan los anteojos a las orejas (Vélez).
Existen de varios tamaños: guitarrón (Quevedo-Poesías), guitarra, guitarrilla (de cuatro órdenes, según Covarrubias) y tiple (Gómez). Cervantes (Hospital) compara los que comen con «babadores» o baberos a «guitarras de ébano con tapas blancas». No debía de ser tan rara esta combinación: «de pinabete y ébano» está hecho el instrumento que regala Jacinta a Leriano (Vega-Arcadia) y, por la descripción -largo y estrecho, con cinco cuerdas, lazo de oro, puente de plata, trastes, clavijas y ceja- podría jurarse que es una guitarra de lujo.
La tañen dioses como Mercurio (Cervantes-Viaje) o el sol, que «es dios dado a la barbería, muy preciado de guitarrilla y pasacalles» (Quevedo-Sueños). La tañen «los cuatro Orfeos de la mujer de un sastre» que cantan a cuatro voces y al fin tienen que hacer fugas de cuatro calles (Vélez). La tañe uno de los enemigos del alma: la loca Carne (Valdivielso). La tañen caballeros para entretener las reuniones corteses (Castillo-Tardes y Socorro). La tañen caballeros disfrazados de truhanes para meterse en casa de sus enamoradas (Cervantes-Galatea). La tañen nobles españoles, que así pasan por napolitanos (Duque). La tañen mancebos de bien y con achaque de graciosos (Rufo). La tañen mocitos espigados que cantan bonito (Salinas). La Truhanilla (Timoneda) «entre otras virtuosas habilidades», tañe la guitarrilla para acompañarse «cantando alguna consolatoria canción, aplicada para aquel Rey que estaba triste». La tañen viejas «que han cantado mejor que vivido» (Rufo). La tañen canónigos para seducir a las mujeres (Milán). La tañen sacerdotes «que andan más que Magallanes, pues amanecen en el púlpito y anochecen en la guitarra» (Rufo). La tañen los comediantes para convocar a su público (Cervantes-Urdemalas y Vélez), o cuando improvisan una función con dos sábanas (Rojas-A.) o una manta vieja (Cervantes-Comedias), sin que la guitarra salga a escena porque está «muy mal templada y sin cuerdas» (Rojas-A.). La tañe Camila, dama de blancas manos, que concierta con ella su divina voz y parece que conversa con el instrumento (Rojas-A.). Los guitarristas cervantinos suelen «hacerla hablar», aunque sea a lo rasgado y aunque sean mozos de mulas (Cervantes-Fregona). La tañen los truhanes como Castañeda (Lucas) que a su son matraquean, sangran sus venas poéticas y arrojan versos de repente. El curioso Loaysa (Cervantes-Celoso) saca una guitarrilla algo grasienta y falta de algunas cuerdas, y tañe algunos sones alegres y regocijados y enseña a tañer a algunos morenos y a otra gente pobre. La tañen negros (Cervantes-Celoso) que en menos de quince días salen tan diestros que pueden tañer sin vergüenza alguna en cualquier esquina. La tañen barberos y sacristanes (Cervantes-Rufián y Cueva) y por eso en las barberías nunca falta cola para pegar el puente o alguna oreja accidentada (González) y por eso en el infierno el tantálico suplicio al que se ven sometidos los barberos consiste en ver una guitarra y no poder tocarla (Quevedo-Sueños). La tañen mozos por entretener la noche (Cervantes-Gitanilla). La tañen mocitos para rascarse la sarna de las manos con los movimientos del rasgueo (Espinel). La tañen estudiantes, abandonando sus libros de leyes (Gracián). La tañen pajes (Góngora-Romances) arrimando a ella «su poquito de bajete». La tañe «el grande Espinel que en la guitarra tiene la prima y en el raro estilo» (Cervantes-Viaje). La tañen cautivos de Argel, zongorroando, como los hijos de Israel en su destierro (Espinel). La tañen músicos profesionales cuando quieren agradar a personas de importancia (Espinel). La tañen los Entremeses, que todos acaban en barbería, guitarricas y cántico (Quevedo-Sueños). La tañe Marcela (Zayas-Castigo), «que era tan diestra, que no se le ganara el mejor músico de la corte», correspondiéndola Agustinico y así entretienen la siesta. O Rufina, que, tras templarla, «se entretiene por un rato, haciendo sonoras falsas en el instrumento» (Castillo-Garduña). O Don Jaime, que «en su aposento se entretiene con la dulce armonía de las templadas cuerdas, heridas con diestra mano, haciendo diferentes falsas en la guitarra» (Castillo-Garduña). O don Luis de Góngora (Romances) en su aposento, templándola como barbero y tocándola como bárbaro. O don Gregorio Guadaña (Gómez), al que un alguacil de corte se la requisa dos noches lo que le obliga a aguzar el ingenio para la tercera. La maltrata el celoso Feliciano (Castillo-Socorro), que rompe a cintarazos las guitarras de unos músicos que rondan a su dama por cuenta de un competidor.
Andar «templando guitarra» (Villalobos) es hablar con tiento y cuidado de no molestar. Correas copia y explica el refrán «Ese vagar llevaba»: «Pintan este cuento: que la zorra, huyendo de una casa adonde había entrado, y acosándola, saltó por un portillo de una tapia, y allí estaba una guitarra y tocó las cuerdas, y como huía con priesa y miedo, dijo: ‘Ese vagar llevaba’, como respondiendo a la guitarra que no se podía detener a tañerla, a cuyo son la brindaba. Acomódase a cosas de prisa y sin tiempo». Recoge otro más: «La música no es sino para quien la entiende; y dábale con la guitarra en las sienes».
Jabeba
Instrumento de los moros (Espinel), que lo «usan más para confusión y trulla que para apacibilidad de los oídos».
Laúd
Zayas (Fuerza) lo emplea en femenino: «esa laúd». Caracterizado por su panza (Salinas), que es llamada humorísticamente por Santos «ángulo corvo». La curvatura del laúd frente a la delgadez de la guitarra da motivo a una agudeza que cuenta Santa Cruz:
Estaban en una ventana el conde de Ribadeo, hombre flaco, y el adelantado de Murcia D. M., que era muy grueso; pasó por allí un gentilhombre bien aderezado y desacompañado de criados. Preguntóle el adelantado: ¿Dónde queda la gente? Respondió el conde: En el otro jubón. Dijo el gentilhombre: No he visto en mi vida laúd y guitarra más bien concertados.
Existe una embarcación típicamente mediterránea que -no sin motivo- también se llama «laúd», lo cual da pie a un juego de palabras de González -«lastre de tu laúd»- y de Góngora en un villancico «Al Nacimiento». Este mismo autor en el romance morisco «En la fuerza de Almería» describe un «laúd con ramas que eran cuerdas de un laurel», y en el que comienza «Por las faldas del Atlante» presenta a Celinda «escribiendo en un laúd con dulce pluma y no menos dulce mano». Supondremos que a estas alturas la pluma es una licencia poética y no un plectro.
En la práctica no eran grandes sus diferencias con la vihuela, puesto que cuando Calisto, enamorado y «destemplado», tañe un laúd (Rojas-F.), Celestina dice que «hace aquella vihuela hablar», o cuando don Quijote (Cervantes) pide un laúd, le proporcionan una vihuela y ello no parece extrañarle. «Templando está un laúd o vihuela», se dice en otro momento del Quijote. Lo mismo se deduce de un chiste de Lucas Hidalgo:
[Una vieja rezadora] cuando al cabo del Evangelio se dice «Laus tibi, Christe», decía ella: «Laúdes tiene Cristo, vigüelas tiene el Señor para la música de su gloria».
Suele verse, en general, en manos de gente de alcurnia y en escenas domésticas, solitarias, nocturnas y melancólicas, como las citadas de la Celestina y el Quijote. Véanse otras. Ésta primera de Salinas:
… rascando infinitas noches
la panza de mi laúd
por suspenderme el tormento
como David a Saúl.
Cervantes (Galatea) describe a Silerio «una noche en un retirado aposento, sólo de un laúd acompañado», y a un cautivo, cuyo «sólo descanso que tenía era entretenerme lamentando mis penas, cantándolas o, por mejor decir, llorándolas al son de un laúd». Castillo (Trapaza) presenta a un fingido caballero «en su cuarto… entreteniéndose con un laúd, instrumento que tocaba diestramente, a quien arrimaba su poco de bajete con buena gracia». Lucindo (Castillo-Amor) tañe el laúd para el príncipe Eduardo de Inglaterra «viéndole de esta suerte, por divertirle su pena, habiendo allá dentro templado un laúd, porque en su presencia no le cansase el hacerlo».
Excepciones a esta -relativa- norma de alcurnia, soledad y melancolía son una ninfa concertada con otras dos (Montemayor), otra concertada con varias (Gil), un criado (Zayas-Fuerza) y este juglar chocarrero que protagoniza una lamentable escena de banquete de cantamisa en El Crótalon, de Villalón:
Entró en la sala uno de aquellos chocarreros que para semejantes cenas y convites se suelen alquilar, disfrazado de joglar; y con un laúd en la mano entró con un puesto tan gracioso que a todos hizo reír… Después, tañendo con su laúd, comenzó en copla, de repente, a motejar a todos cuantos estaban en la mesa, sin perjudicar ni afrontar a ninguno… Y Alcidamas tomó el laúd antes que el joglar lo pudiese tomar y dale tan gran golpe con él sobre la cabeza que, volándole en infinitas piezas, dio con el joglar en el suelo sin juicio ni acuerdo. Y con el mástil y trastes que le quedó en la mano… dio a cada uno su palo, que a todos descalabró mal… Hallamos que, estando trabados Alcidamas con el joglar, le había rompido la boca y descalabrado con el laúd; y que el joglar había dado a Alcidamas con el palo un gran golpe que le descalabró.
Duque de Estrada nos proporciona el nombre de Cerdán, «maestro de danzar, famoso en este ejercicio y en tañer laúd», que fue su maestro. El mismo autor dice que el laúd es uno de los instrumentos en los que los boloñeses son muy diestros.
Para Gracián el laúd simboliza bien el estilo de la poesía de sus paisanos los hermanos Argensola:
Tenía muy a mano dos laúdes, tan igualmente acordes, que parecían hermanos. «Estos» -dijo por los aragoneses- «son graves, puédelos oír el más severo Catón sin notar liviandad; en el metro tercero son los primeros del mundo, pero en el cuarto, ni aun quintos».
Y también en un especialísimo laúd cifra las virtudes de la poesía de un Duque de Alba:
Estaba un laúd real, artificiosamente fabricado, en un puesto oscuro; con todo despedía gran resplandor de sí y de muchas piedras preciosas de que estaba todo él esmaltado. «Ésta» -ponderó- «solía hacer un tan regalado son que los mismos reyes se dignaban de escucharle, y aunque no ha salido a la luz en estampa, luce tanto que de él se puede decir: el Alba sale».
Se me escapa, finalmente, el sentido que puedan tener estos versos de Gómez:
Sepa que todo instrumento
matrimoñado laúd
no canta todas las veces
el tono del ave cú…
Lira
Todas las menciones se refieren a entidades mitológicas, poéticas o pastoriles. O sea, más que de cuerda, se diría que es un instrumento de aire o etéreo. Para Garcilaso, Fray Luis de León, Juan de la Cruz, Herrera, etc. «lira» equivale a inspiración poética o a la poesía no en vano llamada «lírica». Lope de Vega (Arcadia) habla de «más bien templada lira» en contraposición a «rústica zampoña». Herrera la sitúa con propiedad en manos de Orfeo; «dada de mano de Apolo, fue llevada entre las estrellas», añade A. de Rojas. Hay que destacar los maravillosos sonetos de Arguijo a Orfeo y a Anfión, y recomendar su lectura a quien no los conozca. Quevedo (Hora) se la entrega al Sol mismo que, «sacando su lira, cantó un himno de alabanza a Júpiter con muchos pasos de garganta». Don Juan de Tassis y Lope de Vega (Arcadia) se la devuelven a Apolo, que, después de todo, es el mismo personaje. Cervantes (Galatea) la adjudica al «famoso Espinel», evidentemente en lugar poético de la peor-sonante guitarra. Este mismo autor, igual que Lope de Vega (Arcadia), la sitúa en medios pastoriles mezclada con zampoñas y otros instrumentos.
Castillo Solórzano (Culto) utiliza la expresión latina «tamquam asinus ad lyram», aludiendo a una fábula de Fedro, para burlarse de la ignorancia de una persona. Gracián resume simbólicamente en la lira las virtudes poéticas de Camoens y de otro poeta al que por lamentable ignorancia no he sabido identificar:
Tañó con indecible melodía unas folías a una lira conceptuosa, que todos celebraron mucho y con razón. «Basta» -dijo- «ser plectro portugués, tiernamente regalado, que él mismo se está diciendo de qué amo es»… Hacíase bien sentir una lira, aunque mediana, mas en lo satírico superior, y dábase a entender latinizando.
Sin embargo, existir sí existía en aquellos tiempos un instrumento de arco, real y palpable, llamado «lira». Dan fe de ello Covarrubias y Gil Polo: «otra [ninfa] las [cuerdas] de la lira con las resinosas cerdas hacía resonar». También Lope de Vega (Dorotea): «Cantó, pasando el arco a la sonora lira». ¿Pensaban en la lira de arco los poetas de aquel tiempo siempre que la mencionaban?
Llave de Medellín – Madera de tinteros – Media luna
Sin duda no es muy importante musicalmente, pero sí muy sonora (González):
Llegamos a San Malo de Lilia, puerto de Francia, Provincia de Bretaña. Hay en esta villa veinticuatro perros de ayuda… a cargo de un soldado que los asiste y cuida dellos. Este tal tocaba cada día una media luna o llave de Medellín o madera de tinteros, a cuyo horrendo son acudían todos los perros a una puerta sola que tiene la dicha villa.
Monacordio
Mencionado por Villalón entre los instrumentos que tañen santa Úrsula y las más de once mil vírgenes.
Mortero
«Estos versos cantó al son de un mortero y de su mano», escribe Góngora en el romance que comienza «En la pedregosa orilla».
Órgano
Aparece con más frecuencia en plural que en singular, sobre todo en los escritores más antiguos (Delicado, Zúñiga, Santa Cruz). El mismo nombre designa un artilugio de tubos cubierto de nieve con el que se refrescaba la bebida en verano; de ahí un juego de palabras de Salinas en «Las caniculares de Sevilla» y una gracia de Melchor de Santa Cruz:
Preguntando una señora a una labradora con quién había casado su hija, respondió que con un organero. Preguntóla: ¿Hácelos o táñelos? Dijo: No, señora, sino véndelos a celemines por la calle.
Por lo demás, es sabido que -normalmente- organero es el que los hace y organista el que los tañe, de donde se dice «llevar los dedos para organista» (González) por mostrar habilidad para el robo. Al contrario, Correas explica: «No trae bien los dedos para organista. Del que no anda a derechas ni hace lo que debe». Cosas raras hacían los organistas con sus dedos (Santos):
Acábase la misa… y echan la mano al rostro y forman unos garabatos meneando los dedos tan apriesa, que parece que tocan batalla en un órgano; deste modo se santiguan.
Los organistas solían ser hombres, pero había excepciones y Vives opina que es, en todo caso, el instrumento que pueden aprender las doncellas:
Otrosí, ¿qué diremos de las músicas y cantares que son brebajes emponzoñados para matar el mundo todo? Y por eso yo no permito ni es mi voto que las doncellas aprendan música, ni menos que se huelguen de oírla en ninguna parte, ni en casa, ni a puerta ni a ventana, ni de día ni de noche, y esto no lo digo sin causa. Pues que no sin causa San Atanasio disputó con hartas razones probables y argumentos, que aun en la iglesia no había de haber música ni sones muy delicados, sino cuanto era necesario para alabar a Dios… por los desconciertos y deshonestidades y poca devoción en que muchos se solían divertir con la música. Con todo, sería de mi voto que la virgen cristiana, si quisiese aprender algo de órgano para monja, que la enseñasen muy enhorabuena.
En este punto cabe recordar la «Oda a Francisco Salinas», de Fray Luis de León, aunque en ningún momento mencione la palabra «órgano». Entonador es el que acciona los fuelles (Covarrubias). Zúñiga nos dice el nombre del que servía al rey en tal menester con este críptico pasaje:
Metena y Role, que parecen hijos bastardos de Juan de Lanuza, que los hubo de monsieur de Frons, entonador de los órganos de su majestad.
El propio don Francesillo se compara a sí mismo con los «fuelles grandes de los órganos de la iglesia de Toledo», quizá por lo gordo, bajo y resollante. El que afina los órganos se llama afinador (López):
… Estos amantes campanudos que hacen apariencias y no ofrecen… paréceme que son como afinadores de órgano, que le templan y no le tocan. Son como hombres de reloj, que amagan a quebrar la campana y sólo la hacen sonar.
Los había en muchos pueblos, incluso en América (Díaz), pero no en todos, por eso no deja de traslucirse un cierto orgullo, aunque sea un poco cazurro, en esta anécdota recogida por Santa Cruz:
Un caballero, que iba por la posta, atravesando por un lugar, quiso saber si había tiempo para su jornada y preguntó a un labrador si había reloj en aquel lugar: No, señor, mas hay órganos.
Quizá recordaba esto Fernández de Avellaneda cuando hizo decir a Sancho acerca de la iglesia de su pueblo, Argamasilla de Alba:
Ello es verdad que no tenemos relox; pero a fe que ha jurado el cura que el primer año santo que venga tenemos de her unos riquísimos órganos.
Constaban de multitud de registros (Vélez):
Diferentemente le sucede a esotro pobre y casado, que vive en esotra casa, que después de no haber podido dormir desde que se acostó, con un órgano al oído de niños tiples, contraltos, terceruelas y otros mil guisados de voces que han inventado para llorar.
Góngora (Romances) menciona el «organillo» como «instrumento manual».
Orlo
Citado en plural por Lope de Vega (Arcadia) junto a otros instrumentos de viento.
Panderete
Covarrubias no registra la voz. Autoridades lo define simplemente como «el pandero pequeño». A su vez, «pandero» -como se verá en la entrada siguiente- es únicamente «cuadro de madera cubierto de pergamino por ambos lados». Ninguna fuente de la época contiene el término actual «pandereta», sin duda más moderno. Quizá el instrumento al que se designaba con el término «panderete» era similar a ésta: aro de madera con sonajas y parche. Recuérdese la frase de Juan Ruiz en el Libro de Buen Amor: «… el panderete con sonajas de azófar face dulce sonete».
Lo mencionan Valdivielso y Cervantes (Gitanilla). Esta última cita refuerza la hipótesis de «panderete» = «pandereta», porque después de hablar Cervantes repetidas veces de las «sonajas» de Preciosa, escribe estos versos:
Cuando Preciosa el panderete toca
y hiere el dulce son los aires vanos,
perlas son que derrama con las manos,
flores son que despide de la boca.
Las sonajas son, según Covarrubias, «un cerco de madera» y, según Aut. «una tabla puesta en círculo». Ninguno de estos dos diccionarios habla de que tengan parche, pero no puede descartarse la hipótesis de que existiera tal combinación. De ser así, el instrumento que combinase ambos elementos admitiría ser llamado «sonajas» y «panderete», con lo que podría explicarse la dualidad manifestada por Cervantes. Correas recoje el refrán: «Tresquilado a panderetes, no comeréis molletes».
Pandero
Con los datos en la mano puede afirmarse que, cuando un escritor de los siglos XVI-XVII escribe «pandero», piensa en un instrumento cuadrado, con dos parches y en su interior cascabeles y campanillas V. todo lo dicho a propósito de «adufe» y valdrá para «pandero». Covarrubias es el único en mencionar la variante circular, pero de esta forma: «Al principio debió de ser redondo; después los hicieron cuadrados y guarnécense con sendas pieles…» O sea, él en su tiempo nunca vio un pandero redondo. En todo caso, a un membranófono circular lo hubiera llamado «témpano» (v.).
Ilustres pandereteras (según Aut.: «la que toca el pandero») son la Lozana andaluza (Delicado), la gitanilla Preciosa (Cervantes-Gitanilla), una gitana vallisoletana (Góngora-Romances) y la pícara Justina (López):
Los dos quicios de mi puerta, que son las dos más vehementes inclinaciones mías, fueron y son andar sin son y bailar al de un pandero. Otros dirán que quieren su alma más que sesenta panderos; mas yo digo de mí que en el tiempo de mi mocedad quise más a un pandero que a sesenta almas; porque muchas veces dejé de hacer lo que debía por no desempanderarme. Dios me perdone.
Los únicos casos en que puede decirse, con dudas, que no lo tañe una mujer, sino un hombre, ocurren en La Lozana anzaluza (Delicado) y en la máscara burgalesa de carnaval (Lucas), de que ya he hablado, en una de cuyas escenas danzan dos fregonas, a las que les iba haciendo el son un tañedor de pandero, con esta letra:
Es el pandero pellejo,
y a las mozas hace el son
porque ellas pellejas son.
López de Úbeda utiliza la expresión: «Dar de sí como panderos mojados», y Cervantes (Fregona): «Dejad tocar el pandero a quien sabe». Pero el refrán más repetido con ligeras variantes es (Cervantes-Rinconete): «En manos está el pandero, que lo supieran bien tañer». Tráelo Correas y añade otros: «Aina haremos nada sin un pandero»; «A la mujer loca, más le agrada el pandero que la toca»; «Alfaya por alfaya, más quiero pandero que no saya»; «No es todo vero lo que dice el pandero»; «Pandero, ay, el mi pandero, ¿quién os tañerá si yo muero?».
Pífano – pífaro
Díaz del Castillo y el Viaje de Turquía prefieren la grafía «pífano», mientras Cervantes (Viaje), A. de Rojas, Castillo Solórzano (Trapaza) y Covarrubias escriben «pífaro». Aut. admite las dos por igual. Díaz del Castillo reseña también «pifañón». Nunca aparece solo, sino siempre asociado al atambor (Díaz, Viaje y Covarrubias) o a la caja (Cervantes, Rojas-A., Castillo Solórzano y Aut.).
Vinculado siempre a ambientes militares o, al menos, de uniforme (Castillo-Trapaza). Cervantes (Quijote) describe un «pífaro negro y pizmiento» con un «son tristísimo» tañendo junto a dos grandes atambores en un cortejo fúnebre. En otra ocasión (Española) los pinta «con sones tristes y lamentables». Díaz del Castillo proporciona el nombre de Benito de Bejel o Veger, pífano de Cortés, que «fue atambor y tamborino de ejércitos de Italia e también lo fue en esta Nueva España. Murió de su muerte».
Pito
Escena del Quijote: «Pasóse el cómitre en crujía y dio señal con el pito que la chusma hiciese fuera ropa. – ¿… y cómo este hombre solo que anda por aquí silbando tiene atrevimiento para azotar a tanta gente?» Idéntica situación naval en Castillo (Engañar): «No entendiendo la mal formada voz que con el pito hacía el turbado cómitre». Y en Duque: «Despertando a la chusma el sordo susurro de un desacorde y mal templado pito de un cuidadoso y cruel cómitre». Y en González: «Cuando la galera andaba revuelta, chirriando el pito». Aut. explica en la voz «Chirriar: Se llama también muy comúnmente el sonar del pito en los navíos… con que los Cómitres u otros Oficiales mandan trabajar a la chusma o marineros». Nótese la repetida asociación cómitre-pito-chusma.
De una alusión al refrán «cuando pitos, flautas…» en la apotegma 240 de Rufo parece deducirse que la segunda parte del mismo podía entenderse en sentido grosero o injurioso. En el mismo lugar esboza también cierta relación del pito con los retablos de títeres, confirmada por Covarrubias: «Y los maestros que están dentro detrás del repostero y del castillo que tienen de madera, están silbando con unos pitos, que parecen hablar las mesmas figuras».
Correas explica que el «pito o picarazón» es un pájaro, pero también «el silbatillo de niños, hecho de barro, casi como pajarillo, que en sus manos se viene a quebrar». Recoge también: «Tu que pitas, pitarás», con la siguiente explicación: «Un padre iba a la feria y dijo a sus muchachos qué querían que les trajese; dijo cada uno su antojo y uno diole un cuarto para un pito, a esto dijo el padre: ‘Tú que pitas, pitarás’; pitar se dice por dar dinero y contribuir para haber parte». V., además, «flauta» y «chifle».
Rabel
Casi siempre en manos de pastores, las más de las veces humanos y algunas divinos (León) los cuales, sin embargo, en son de alegoría pueden darnos muchos pormenores (Factor):
Vi venir un pastor llamado Cudicioso… Venía tañendo un suave rabelete llamado «Despertador del alma dormida», con las consonancias de los suaves requiebros del amor. El arquillo era el «solicitador del espíritu» con frecuentes gemidos; las tres cuerdas son: un velar continuo, recato discreto y andar sobre sí. La flor del rabelete es el derramamiento del alma dentro de sí misma. Las tres clavijas son un continuo despertamiento y miramiento ocultísimo del alma dentro de sí misma. El puentecillo es un mirar a Dios continuamente con simple y sencilla fe.
En Montemayor y Gil Polo siempre lo tañen pastores, nunca pastoras, igual que en la Arcadia, de Lope. En La Galatea, de Cervantes, por excepción lo tañe al final «la cruel Gelasia». Otra pastora rabilera hay también en el Florando, de Gómez de Huerta. El pastor Danteo (Vega-Arcadia) «retrataba las pastoras con delicados cuchillos en los extremos de los cayados y cabos de los rabeles». Los pastores lo llevan en el zurrón y algún bucólico marinero (Gil) en un arca.
Fuera de estos pastoriles ambientes, lo vemos empleado en un banquete de cantamisa (Villalón) en unión de otros instrumentos tañidos por «hombres que para semejantes auctos se suelen alquilar». Lo tañe Miguel, un mozo de Leganés, en un romance de Góngora. El Caballero de la Tranca elogia a un tañedor calificado de «diestrísimo», que tocaba «vivísimamente y con gran destreza», al cual «mandó tocase el son del candelero». Los «rabiquines» se mezclan con otros instrumentos de cuerda en una agrupación descrita por el Duque de Estrada en tierras italianas.
Gracián se refiere –creo– a Sannazaro en el siguiente párrafo:
Tomó ya un italiano rabelejo, tan dulce, que al pasar el arco pareció suspender la misma armonía de los Cielos, si bien para ser pastoril y tan fino pareció sobradamente conceptuoso.
Salinas en un romance utiliza «rabel» en sentido figurado por «trasero» –acepción recogida en Aut.– y Góngora en otro aplica «rabelillo» al trasero de un macho. Castillo (Trapaza) amplia el significado hasta «lavativa». La coincidencia con el nombre de un pueblo da pie a una agudeza recogida por Santa Cruz:
Costana, cantor, pedía la alcaidía de una fortaleza que está cerca de Burgos, que se llama Rabé, y porque no se la daban, no quería cantar. La reina doña Isabel preguntó: ¿por qué no canta Costana? Respondió el comendador mayor don N.: Señora, ha jurado de no cantar sin Rabé.
Realejos – realetes
El primer término lo emplea Salinas (jugando con «reales» = moneda) en una graciosa «Décima en metáfora de solfa, al estilo que gastan algunas mujeres»:
Filis me enseñó la mano
tan fácil, que la prendí,
y entonada en el a mí
estrenó su canto llano;
yo ciertas teclas, Albano,
de unos realejos toqué
y ella arrimándose fue
al argentado metal
con mudanza natural
d’el a mí en a la mi re.
El segundo lo incluye Duque de Estrada entre los instrumentos que intervienen en una boda napolitana.