Veterodoxia – Pepe Rey

La Reina de León

4. La música

Cuando el bueno y callado de Mr. Xavier Boisselot se dispuso a poner en solfa un libreto de ambiente tan hispánico como Ne touchez pas à la Reine, desgraciadamente no pudo -si es que llegó a pretenderlo- informarse sobre el rico acervo musical del Antiguo Reino de León. Actualmente no hubiera  sufrido semejantes carencias, porque estoy seguro de que, a la velocidad con la que progresan los estudios de historia de la música en dicha región semi-autonómica, pronto llegará el día en que numerosos investigadores procedentes de todo el planeta trabajen con denuedo y tesón en grandiosos centros habilitados al efecto para la recuperación, estudio, edición y difusión del inmenso patrimonio musical leonés, apenas contemplado hasta ahora por la musicología hispana, monopolizada por catalanes y castellanos, lógicamente celosos de la sombra que podía hacerles la música leonesa. Hasta puedo llegar a imaginar la sede de la más importante institución de este tipo -modelo universal de gestión musical ecológica y desarrollo científico sostenible- ubicada en algún edificio emblemático del centro neurálgico de la capital leonesa, quizá en el palacio mismísimo del Conde Luna, que a partir de entonces brillará con luz más propia que muchas estrellas, galaxias y enanas marrones reunidas. En esos venideros tiempos arcádicos de la segunda Edad de Oro del leonesismo imperial -cuya visión se me impone de tal modo que me atrevo a profetizar- el noble pueblo leonés disfrutará día sí y noche también ora con continuos conciertos y festivales sobre «La música en tiempos del Emperador Ordoño IV el Malo» o «Música sinfónica junto al Bernesga en el siglo X», ora de espectáculos como «La danza del oso durante el reinado de Mauregato» o «Doña Urraca, la Ladrona, un mito leonés», ora de toda suerte de simposios, congresos, cursos y hasta contubernios pseudocientíficos que adquirirán renombre internacional gracias a que los poetas difundirán su fama allende las mares océanas a través de las redes virtuales.

Tiempo llegará, digo, de tanta gloria y tan intenso placer, pero en los años en que Boisselot componía, de todo esto no había ni sospecha. Por esa simple razón el pobre compositor francés tuvo que limitarse a escribir lo que buenamente se le pudo ocurrir, sin posibilidad alguna de inspirarse en las fuentes auténticas. Aún peor, realizó la orquestación tomando como canon y modelo la plantilla habitual de los teatros de ópera franceses. Comprendámoslo. ¿Qué otra cosa podía haber hecho? Tenía que vender su producto a quien entonces le pagaba por él. Así son las miserias de los tiempos, que con tanta frecuencia han retrasado el desarrollo de la humanidad, aunque jamás han conseguido detenerlo. Pero no nos lamentemos demasiado por ello. Esta clase de problemas encuentran fácil solución en los casi omnímodos poderes de la moderna tecnología, cuya realidad virtual ya ha desplazado a la otra (por cierto, ¿cómo se llama la antigua realidad?).

No interesará a nadie, por tanto, que ponga aquí para consulta y análisis de los expertos varios montones de inútiles fotocopias de la partitura orquestal original. Esos papeles solo representan un estadio coyuntural del proceso creativo, muy condicionado por las negativas circunstancias parisinas de aquel momento. Pero el tiempo inexorable ha ido puliendo ese producto desde su bruta consistencia original y hoy día podemos ya contemplarlo despojado de las excrecencias inútiles que tanto lo afeaban. Así pues, me limitaré a poner aquí las fotocopias de la Ouverture en la versión para piano, que representa más fielmente en síntesis el pensamiento creador original al margen de las circunstancias espaciotemporales que distorsionaron antiguamente su verdadero sentido; circunstancias de las quizá ni el propio compositor fue consciente, aunque no debamos culparlo por ello desde nuestra privilegiada posición.

Pero la versión para piano es solo un punto intermedio que nos facilita el tránsito hacia el objetivo final, evidente para cualquiera que vaya siguiendo con atención tanto el proceso inflexible de mi argumentación, como el  imparable devenir de la interpretación de la música con criterios históricos durante el último siglo. Ese depurado y quintaesenciado momento final de la orquestación de Ne touchez pas à la Reine no es otro que la versión de la partitura transcrita para los instrumentos esencial y radicalmente leoneses o leoninos.  Quede para los gallegos y asturianos la casi insufrible gaita de fuelle o su equivalente de cuerda, la zanfona. Atruenen los castellanos el espacio con la trompetera dulzaina. Refocílense otros pueblos al son de albokas, grallas, tenoras, txeremíes, guitarras y demás artilugios ruidosos. Para menesteres tan delicados y culturalmente elevados como los que nos traemos  aquí y ahora entre manos, resulta mucho más adecuada la flauta de tres agujeros en un ensemble de tres o cuatro tañedores con el leve acompañamiento de un discreto a la par que firme tamboril que subraye sutilmente la emoción o el dramatismo de determinados momentos. Tal es la versión grabada de un compendio-resumen de los compases más intensos de la Ouverture, que ofrezco aquí como prefiguración de la que en su día, estoy seguro, se llevará a cabo en algún privilegiado escenario de la ciudad de León.

Ne-touchez_Ouverture

(Continuará)



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