2. Una baronaise en la corte de Madrid.
En 1690 Marie-Catherine le Jumelle de Barneville, Baronaise d’Aulnoy, publicó en París unas Memoires de la Cour d’Espagne, cuya veracidad ha sido puesta en duda muchas veces. Ni siquiera se puede asegurar que la autora -consumada cuentista- hubiera estado en España. Pero como se trataba de un libro ameno lleno de anécdotas, fue muy leído y contribuyó a configurar la imagen de España en la mente de los franceses. Cuenta la baronesa, por ejemplo, que a su excompatriota, la reina Marie Louise d’Orlèans, le gustaba mucho ir de caza y montar a caballo, por lo que el rey Carlos II le regaló algunos briosos corceles andaluces. Cierto día la reina practicaba la monta en el patio del viejo alcázar de Madrid estando presentes muchos cortesanos, cuando el caballo se encabritó y la derribó de la silla, pero un pie quedó enganchado en el estribo y la reina se vio arrastrada por el suelo malamente. En la primera reacción ante aquel hecho nadie osó mover un dedo, porque la rígida etiqueta de los Austrias prohibía bajo pena de la vida tocar a la reina, salvo naturalmente sus damas de compañía para ayudarla en las tareas personales. (La prohibición era aún más cerrada: lo que el rey tocaba -comida, ropa, caballos, incluso las amantes- no lo tocaba ya nadie más). A pesar de ello, dos caballeros, Luis de Torres y Jaime de Sotomayor, se lanzaron en ayuda de la reina y consiguieron liberar su pie, salvándola del desastre. Eso sí, huyeron inmediatamente, sabedores de que sus cabezas corrían serio peligro, porque, además, el pie de la reina era una parte de su anatomía especialmente protegida por el tabú. Finalmente la reina intercedió ante su esposo que, con la característica generosidad de la realeza (¡ejem!), no tuvo inconveniente en perdonar a los transgresores e, incluso, agradecerles el servicio.
Esa fue la historieta que sirvió de base para la expresión ne touchez pas à la reine, pronto convertida en proverbio en toda Francia. Aunque se trate de una locución francesa, la realidad de la que proviene era y sigue siendo muy española y muy propia de la villa y corte de Madrid. Y digo que sigue siendo, porque aquí, por ejemplo, la prensa ne touche pas a la reina, al rey y a toda la familia real hasta, por lo menos, el sexto o séptimo grado de consanguinidad. Cuando algún plumilla atrevido o despistado tira un poquito de la manta y descubre algún negociete secreto, alguna cacería de osos drogados o algún lío de alcoba, inmediatamente se impone el pacto de silencio. Y al revés, cuando algún miembro de la casa de Borbón dice alguna frase tan profunda como «Hace buen día», siempre escrita por algún negro, florecen los editoriales glosando y elogiando la agudeza, profundidad y oportunidad del discurso. Un observador imparcial podría afirmar, incluso, que estamos ahora peor que en tiempos del pobre Carlos II, porque entonces sólo había una corte con sus cortesanos y ahora tenemos dos: la Zarzuela y la Moncloa. Y conste que no es mi intención hablar de política. Simplemente estoy contextualizando el análisis de la ópera de la que acabamos de empezar a hablar, que no por casualidad se titula en francés Ne touchez pas à a la Reine, refiriéndose a una reina española, pero que los alemanes prefirieron titular con más precisión Die Königin von Leon movidos por incógnitas razones que me propongo desentrañar valiéndome de las más afiladas herramientas de análisis, aunque procuraré tener mucho cuidado en su uso para no cortarme, porque, como dejé dicho más arriba, las mezclas de la música con la política producen efectos altamente peligrosos.
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