Veterodoxia – Pepe Rey

Una entrada divida en trozos

Vihuelas en casa de los Cervantes (I)

Pepe Rey

A José Luis Romanillos

En el nº 1 de Hispanica Lyra (marzo 2005, pp. 10-13) di a la imprenta un breve artículo titulado “Laúdes, vihuelas y cencerros para don Quijote”, en el que deslizé en nota al pie una afirmación que, supuse, a más de un lector resultaría novedosa, al menos respecto a la gran mayoría de los trabajos sobre Cervantes y la música publicados a lo largo del último siglo: “…su padre, Rodrigo de Cervantes –vulgar cirujano de profesión y, por cierto, aquejado de fuerte sordera– tenía en casa una vihuela según consta en el inventario de sus bienes.” No se trataba de una afirmación totalmente inédita, puesto que algunos biógrafos cervantinos ya habían escrito cosas parecidas con anterioridad. Jean Canavaggio, por ejemplo, en una de las mejores biografías de Miguel de Cervantes comenta que Rodrigo de Cervantes era “aficionado a la viola y a los caballos”[1]. El lector avisado sabrá deducir que “viola” es la traducción al español actual del término utilizado por Canavaggio en la edición francesa para traducir, a su vez, la “bigüela” que consta en el documento original, del que hablaremos a continuación. Ya años antes  Francisco Rodríguez Marín[2] había insinuado algo semejante, pero últimamente la afirmación ha sido amplificada por Juan José Pastor Comín con una desafiante hipérbole[3]: “Pocos son los que hoy conocen la afición de su padre, Rodrigo de Cervantes, a la música y su destreza, a pesar de algunas afecciones de oído, en la vihuela.” “Afición a la música” y “destreza en la vihuela” son cualidades del padre de Cervantes que hoy, efectivamente, conocen muy pocos; quizás, para ser exactos, nadie.

El asunto, con todo –pienso en los interesados en la vihuela y su historia–, tiene suficiente entidad como para intentar aclarar documentalmente lo que haya o no de cierto en ello. Los hechos que resumiré a continuación ocurrieron en los años centrales del siglo XVI, época de apogeo de la vihuela, y en ciudades tan importantes como la villa de Madrid y la villa y corte de Valladolid. Sabido es que en ésta última se imprimieron, al menos, tres libros de vihuela: los de Narváez, 1538, Valderrábano, 1546, y Daza, 1572. Por otra parte, la presencia de vihuelas en los domicilios de la familia Cervantes es una muestra más de los muchos cultivadores del instrumento que debieron de existir, entre los que, por cierto, don Quijote no sería el menor ni el menos famoso.

1. Una vihuela en casa de María, Rodrigo y Leonor.

Entre julio de 1552 y enero de 1553 Rodrigo de Cervantes, padre de Miguel, sostuvo un pleito con Gregorio Romano y Pero García, vecinos de Valladolid.[4] Los documentos del proceso fueron encontrados a principios del  siglo XX por Narciso Alonso Cortés, quien los copió y cedió a Francisco Rodríguez Marín, que los publicó, aunque no todos, con comentarios en Nuevos documentos cervantinos (Real Academia Española, Madrid, 1914), opúsculo incluido posteriormente en Estudios cervantinos (Madrid: Atlas, , 1947, pp. 175-350), edición manejada aquí y que citaré por la abreviatura RM-EC. Resumiré los largos y enrevesados documentos judiciales del modo más claro y escueto posible, ciñéndome, como es natural, a lo que guarda relación con lo específico de esta revista: la vihuela.

El 5 de noviembre de 1551 Rodrigo de Cervantes obtuvo prestados de Gregorio Romano varios objetos de plata por los que se obligaba a reintegrar a su dueño el día de san Juan Bautista (24 de junio[5]) del año siguiente la cantidad de 44.472 maravedíes. Su hermana María lo avaló como fiadora.[6] Cumplido el plazo, Rodrigo no pudo entregar la cantidad estipulada, por lo que fue encarcelado a requerimiento del prestamista. Además, a fecha de 2 de julio éste pidió a la justicia “mandamyento para enbargar qualesquyer bienes que se hallaren en esta villa [de Valladolid] del dicho Rodrigo de Çerbantes e de doña María de Çerbantes, su hermana, hasta la dicha quantía por él pedida.”[7] El Merino mayor de la villa ejecutó el embargo “de los bienes muebles e rayzes” que encontró en “casa de Rodrigo de Çerbantes” el día 4 de julio de 1552. Entre los bienes embargados –muebles y ropa fundamentalmente– figura “una bigüela”.[8]

Detendré aquí la narración para subrayar un punto que no quiero que pase desapercibido: aunque el préstamo se hace a Rodrigo, los documentos presentan continuamente como solidarios a Rodrigo y a María y, por tanto, la “bigüela” y el resto de los bienes podrían pertenecer tanto al uno como a la otra y así lo atestigua el mandamiento de embargo. Es cierto que, según la escritura del embargo, la justicia, en la persona del Teniente de Merino, “fue a casa de Rodrigo de Çerbantes, vecino desta dicha villa de Valladolid, y embargó los bienes”, pero ello sólo significa que los dos hermanos compartían la vivienda[9], no que todos los bienes embargados fueran de Rodrigo; pero, como el inculpado era Rodrigo, a su domicilio se dirigió el oficial de la justicia, embargando los bienes que en él encontró, fueran de Rodrigo, de su hermana o, como se verá inmediatamente, de una tercera persona de la familia.

La confirmación de tales supuestos acerca de quién era el verdadero propietario de los bienes embargados llega en un documento fechado al día siguiente, 5 de julio, que por una parte aclara y por la otra complica más las cosas. Se trata de un recurso[10] presentado por doña Leonor de Torreblanca, madre de los dos inculpados, aduciendo que su hija María “es menor de hedad”[11] y “no tiene bienes nyngunos en los que están enbargados”. El procurador que presenta el recurso en nombre de Leonor afirma que el oficial de la justicia “fue a casa de la dicha my parte e hizo enbargo en ‘todos los bienes[12] que son de la dicha my parte e no de la dicha doña María de Çerbantes.” Para dar fe de tal circunstancia la recurrente llevó dos testigos.[13] El primero, Francisco de Toyuela, afirmó, entre otras cosas, que “los quales dichos bienes este testigo sabe que ‘todos ellos’ son de la dicha doña Leonor de Torre blanca, porque este testigo se los a visto tener en su casa por suyos e aprovecharse dellos como de cosa suya, e si fueran de la dicha doña María de Çerbantes, este testigo lo supiera, por la conocer e tratar.” El segundo, Cristóbal de Begil, repitió prácticamente lo mismo bajo juramento: …“los quales dichos bienes ‘todos ellos’ sabe este testigo que son de doña Leonor de Torre blanca, e lo sabe este testigo porque se los a visto tener en su casa de más de un año a esta parte e aprovecharse dellos como de bienes suyos propios, e que si fueran de la dicha doña María de Çerbantes este testigo lo supiera, porque la trata e conbersa, e sabe que en esta villa de Valladolid no tiene bienes ningunos.” De resultas de tales testimonios, “el dicho señor tenyente mandó dar e dio mandamyento para bolber los dichos bienes a la dicha doña Leonor de Torre blanca, el qual fue dado en forma.”

De la lectura detenida de todos estos documentos se extrae una deducción clarísima: ‘todos los bienes’ embargados –y, por tanto, también la ‘bigüela’, que en ningún momento se aparta de los demás– pertenecían legalmente a doña Leonor, madre de María y de Rodrigo. Podemos dárnoslas de listos y entender que, en realidad, el recurso era una artimaña hábilmente urdida por los Cervantes-Torreblanca, duchos en este tipo de argucias[14], para recuperar sus posesiones, y que los testigos están comprados y amañados, pero ello sólo nos conduciría a devolver la propiedad a María, nunca a Rodrigo, que en todos estos tejemanejes no aparece mencionado sino como receptor del préstamo y deudor en primer grado, nunca explícitamente como dueño de los bienes embargados. Ni siquiera el denunciante aduce en ningún momento que algunos de los bienes en litigio puedan ser del deudor,[15] aunque parece indudable que algunos sí lo eran, como un libro “de pratica de çurugía y otro libro de las quatro enfermedades” o una espada o diversas prendas de ropa típicamente masculina. Pero la misma lógica que nos induce a atribuir estos enseres al cirujano Rodrigo debe desaconsejarnos adjudicarle también la vihuela por una sencilla circunstancia personal que veremos a continuación. Parece, pues, bastante cierto y nada difícil de creer que los únicos tesoros del pobre cirujano eran sus cuatro hijos, Andrea, Luisa, Miguel y Rodrigo[16], todos menores de ocho años, y que sobrevivía a duras penas gracias a las ayudas de su madre y su hermana. Por otra parte, es palmaria la mala fe de Rodrigo –y, paralelamente, la ingenuidad del prestamista, rayana en la estupidez– al poner como fiadora de su deuda a su hermana María, que, además de ser o aparentar ser menor de edad, no tenía bien ninguno en Valladolid; pero la honradez de los –y las– Cervantes es asunto que en este momento no interesa más que como detalle al margen. El pleito se prolongó varios meses más y generó abundante papeleo burocrático, pero el instrumento musical no vuelve a aparecer mencionado nunca más en todo él.

No deja de sorprender que biógrafos cervantinos de la talla de Francisco Rodríguez Marín[17] o Jean Canavaggio[18] saquen como conclusión que la ‘bigüela’ en cuestión era propiedad de Rodrigo, interpretando lo contrario de lo que los documentos dicen llanamente y suponiendo lo que no permiten suponer. Posiblemente no se han parado lo suficiente a estudiar el detalle por parecerles más curiosidad que otra cosa o, quizá, por creer en el fondo más coherente una vihuela en manos masculinas que femeninas. Ahora bien, la sorpresa alcanza el grado de estupor ante quien de todo este batiburrillo burocrático es capaz de deducir “la afición a la música” y “la destreza en la vihuela” del pobre Rodrigo de Cervantes, cualidades que ni remotamente pueden extraerse de lo que dicen los documentos.

Porque, además, hay un hecho ampliamente comentado por todos los biógrafos, que debería marcar el camino de las investigaciones y las suposiciones en la dirección justamente opuesta: la notoria y renombrada sordera del padre de Cervantes. No una leve “afección de oído”, sino una sordera casi total según todos los biógrafos y comentaristas. Canavaggio afirma[19]: “Conocemos mal a este personaje discreto. Sordo desde la infancia, no tenía ni el don de gentes de su hermano mayor, Juan […] ni las capacidades del benjamín, Andrés.” Rodriguez Marín habla de “su extremada sordera”[20] para añadir: “Que era muy sordo sábese por varios de los documentos publicados por Pérez Pastor.”[21] Para Arsenio Lope, Rodrigo era “sordo de nacimiento y más diestro en juegos que en saberes”.[22] Sliwa afirma que era “sordo desde la infancia”.[23] Más gráfico y novelero resulta Francisco Navarro y Ledesma, que retrata así a nuestro personaje en el momento de regresar del bautizo de Miguel a casa[24]: “Marchaba derecho, con la cabeza alta, con ese aire entre distraído y retador que tienen los muy sordos. Parecía un hombre que no se hubiese enterado de la mitad de las cosas en el mundo existentes: no oía campanillear a las mulas, ni gritar a las vendimiadoras, ni cantar a los estudiantes. El compadre Juan Pardo, que iba con él, tampoco pensaba molestarse en hablarle a gritos, por excusar la rechifla de la gente moza.” Y más adelante añade: “El oficio de cirujano ministrante a nadie ha hecho rico. Rodrigo, por su sordera, no pudo estudiar de la médica facultad, que entonces se explicaba muy por lo metafísico, otras partes sino las empíricas y prácticas. En suma, aprendió a tomar sangre, a gobernar con tablillas un brazo roto, a topiquear y cataplasmar aquí y allá, por mandato de los doctores.” Para acabar melodramáticamente: “Rodrigo de Cervantes, el padre, que no oía vagir a la criatura ni plañir a doña Leonor, quedóse mirando a ambos con sus escrutadores ojos de sordo enormemente abiertos, como si interrogase al porvenir obscuro.”

En fin, resulta harto dificultoso imaginar a este pobre zurujano sordo de nacimiento, según unos, o desde la infancia, según otros, tan cargado de problemas como de hijos, entreteniendo sus improbables ocios precisamente con una vihuela. Al contrario, por coherencia y lógica debemos pensar que quien más posiblemente utilizaba la “bigüela” embargada era María de Cervantes, la hermana de Rodrigo y tía de Miguel. Y no sería la única mujer de la familia en hacerlo.



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