Veterodoxia – Pepe Rey

Música y Ortografía

Mateo Alemán (1547 – después de 1615)

Capítulo I

En qué manera es música la ortografía, y de sus efectos.

AQVEL famosísimo pintor Apeles, a quien su pincel dejó tan ilustrado, que lo hizo inmortal entre los vivos, queriéndonos dar a entender la excelencia de su arte, descubriendo por lo que dejaba de hacer, lo mucho que aún le quedaba por perficionar, usó de una traza dignísima de su ingenio: y poniendo al pie de sus tablas Apeles lo hacía, suspendía los entendimientos, dejándolos elevados y absortos, considerando cuáles fueran si dijera (como ya de todo punto acabados) Apeles lo hizo. Esta industria maravillosa vino rastreando del inmenso saber de Dios; el cual, por las cosas que vemos en lo criado, quiere que vengamos en algún conocimiento –si dijera mejor, presunción– de las invisibles de su grandeza, como entre otras muchas lo hizo en la Música, dándonos a entender, con un inperceptible rasguño que tenemos della, que no hay lengua que hable, pluma que lo escriba, ni entendimiento que alcance cuál será el original verdadero: y si aquesto nos da, desterrados y oprimidos en un tenebroso valle de lágrimas, cuál será la con que nos espera para enjugarlas dentro de la celestial Ierusalén, donde asiste su corte con los bienaventurados. De fray Nicolás, un santo religioso, tenemos in Vitis Patrum que se suspendió trescientos años oyendo cantar en el monte a un pajarito. De San Francisco nos dice la suya, que deseando en cierta enfermedad recrear el ánimo con alguna música, le apareció el ángel y, de sola una vez que pasó un dedo por las cuerdas de una vihuela, quedó tan robado y elevado, que si le segundaran con otro tanto, sin duda falleciera. De San Agustín en su oficio se dice que vertía grande abundancia de lágrimas, oyendo los himnos y cánticos de la iglesia, obligado de la dulzura de la música: y confiesa él mismo, que fue principio de haberse convertido.

Ninguna disciplina o ciencia puede ser perfecta ni hay cosa criada sin ella. El mundo está compuesto con armonía de sones; el cielo se revuelve con música y consonancia, despierta las pasiones y saca el sentido de un ser en otro. En las guerras enciende y anima los ejércitos; en las duras prisiones y trabajos (poniendo un cierto género de alivio) alienta el sufrimiento dellos; pone sosiego, alegra y entretiene.

Podémosla llamar una cierta gracia, llena de innumerables gracias y tan alta en su estimación, que se encumbra sobre las alturas de los cielos, y que aun allá dentro en ellos acaricia y regala los oídos del mismo Dios. Della, nos dice San Juan, estaba cercado el divino trono, con veinte y cuatro músicos ancianos; los cuales, con instrumentos, le fue revelado que celebraban la gloria del cordero. Esto parece haberlo tenido previsto el real profeta David, su tan amado amigo, pues para más enternecer y regalarse con sus fértiles y misteriosos versos, les compuso tonos como debieran ser cantados. La iglesia nuestra madre, regida por el Espíritu Santo, conociendo del mismo Dios aqueste gusto, habiendo visto a los ángeles cómo celebraron con músicas y cantos el venturosísimo nacimiento suyo y que también el día que mayor veneración le ofreció el mundo, a la entrada en Ierusalén, fue recibido con cantares, en alabanza de su gloria, y que comenzó su pasión después de dicho el himno, que no es otra cosa que cántico, buscó varios instrumentos y músicas con que poder bendecir mejor su nombre santo y celebrar sus fiestas: de donde suele resultar, por medio de aquellas acordadas y sonoras voces, irse regalando las almas hasta quedar los hombres muy otros, diferentes que solían; pues viviendo en la carne mortal, quedan casi ángeles, porque se van robando poco a poco y zarpando los ferros que tenían echados en el mar del mundo, descogen las velas de los levantados pensamientos, que con favorable viento de gracia se van engolfando apriesa en el inmenso piélago de la Divina contemplación, codiciosos de gozar aquel sumo bien, donde la perfección de aquellas admirables tablas, acabadas ya del celestial Apeles, en toda perfección las enseña claramente a sus amados y escogidos. Del mismo real profeta sabemos cuánta sea la fuerza de la música, pues tañendo y cantando, mitigaba el furor de Saúl, cuando el Demonio se le revestía, y para que no se presuma que hacía tales efectos en razón de santo, como pudiera, sabemos de otros que no lo fueron y de Terprando un gentil músico que con ella dieron salud a muchos frenéticos y endemoniados. Teniendo el gran Alejandro en su servicio a Timoteo, único tañedor de harpa en aquellos tiempos, un día que tuvo convidados, ya cuando querían alzar las mesas, comenzó a tocar un arma; hízole tan al natural, con tanta gallardía y destreza, que arrebatado y enfurecido Alejandro, perdidos los estribos del entendimiento con aquel súbito alboroto, se levantó soberbio de su asiento, pidiendo a sus criados las armas muy apriesa.

Estimáronla en tanto los antiguos, que tenían por caso de menos valer no saberla; de donde Sócrates, en los últimos tercios de la vida, en la vejez, cuando más debiera ocuparse dando lección a sus dicípulos que buscar para sí maestros, aprendió a tañer y cantar, dándose tanta priesa y buena maña, que vino a enseñar a su dicípulo Fedro filosofía y música juntamente. Aquel capitán de Grecia, Epaminundas Tebano, la estimaba en el mismo grado que se preciaba de la destreza y fuerzas de sus brazos. Profesóla tan de veras Aristófanes, que tuvo por suma felicidad oír que por excelencia le llamasen el Músico. Cuando los atenienses tenían algún famoso banquete, después de levantados los manteles era costumbre tener instrumentos en que por su orden iban tañendo los convidados, no pasando de alguno sin hacerlo. De tal manera la celebraron aquellos venerables varones antiguos, por los varios y ciertos efetos que conocían resultar della, que alguna cosa no hacían, donde la Música no interviniese, tanto en las fiestas y juegos, como entre los lutos y lágrimas de los difuntos; usándola en ocasiones como mejor ajustaba en ellas, para mover los ánimos al fin que deseaban: alegrando, entristeciendo, cuando con gravedad o de otros modos. Aun esto mismo es lo que hoy practicamos en las obsequias y entierros de los valerosos generales y capitanes, llevando música funeral de pífaros y cajas destempladas y roncas; que aun aquella destemplanza les da un cierto vivo, con que mueve a tristeza y sentimiento. Mas ¿qué mucho es que suceda esto a los hombres, organizados con la misma Música, como avemos dicho, de su propia composición, siendo nuestro elementado y ella una celestial armonía concertadísima, de quien proceden siempre unos efectos mismos? Pues aun los brutos animales, por instinto natural, se recrean de oírla. ¿De quién, sino de las aves, tuvieron magisterio los hombres o quién les enseñó las diferencias de cantos, el contrapunteado y glosas dellos, habiendo sido su principio el son de los martillos de una herrería? Oigan a un silguero, una calandria, un ruiseñol o mirla; y oigan a Plutarco, lo que nos dice de un tordo: que, como fuese muy estimado por su canto y en ocasión oyese cierta música, quedó suspendida la voz por espacio de cinco días, casi como corrido y afrentado de oír lo que no sabía: y después dellos, como si los hubiera ocupado estudiando, bolvió a cantar, contrahaziendo las vozes que había oído. Los que profesan los campos dicen que al son de las flautas que tañen los pastores, vienen domesticados los ciervos por oírlos. Dómanse con la música los elefantes. Los caballos enjaezados, en las fiestas andan alegres y se alborozan con los pretales de cascabeles y campanillas de los bozales, que parece van sacando el rostro y meneando las cabezas por oírlas. En los pesebres rompen las cadenas y arrancan los trabones oyendo las trompetas del ejército; y al mismo son entran osados y animosos por medio de los enemigos, desbaratando y rompiendo sus escuadrones. De solo el asno se dice aborrecer la música, y por eso es asno. Mucho admira lo dicho, y he dicho poco, respecto de lo que Aristóteles y otros autores dicen, de una fuente que llaman Eleusiada en Alejandría, la cual, si cerca della se tañe algún instrumento músico, luego al punto, alterándose las aguas y vertiéndolas por cima, saltan y bullen, que parece que danzan y bailan, como si fuese cosa viva. Dos vihuelas unísones y bien templadas, nos enseñan un admirable secreto estando juntas; que si en la una tañen suena la otra, sin ser tocada, y hace las consonancias mismas. Destos prodigios y otros que aún lo son mayores tomaron licencia los poetas a fingirnos, entre otras fábulas, aquella de Orfeo, diciendo haber sido la fuerza de su música tanta, que no solo a los hombres, a los brutos del campo y aves del aire, mas aun a los altos y empinados montes, a las aguas de ríos caudalosos hacía mudarse y volver atrás la corriente. Y aunque parezca fabuloso encarecimiento, no lo es tanto como suena, ni se dijo tan sin propósito, que deje de hacer mucho al nuestro.

Y porque vengamos agora con lo que a este discurso nos importa, digo que se divide la Música en tres partes: la primera se reduce a las obras de las manos: a la voz la segunda, y la tercera se compone de voz y manos. La primera tiene tres diferencias, que son como géneros, porque contiene cada una debajo de sí varias especies: una dellas es la tecla, a quien se reducen el órgano, realejo, clavicímbano, clavicordio y monacordio, con otros que lo imitan. El segundo es el de la arpa, de quien salieron la vihuela o laúd, que todo es uno, aunque no en la hechura, ya sean de cuatro, cinco, seis o más voces, la cítara, vihuela de arco, lira, rabel, bandurria, salterio y sinfonía. La tercera es de instrumentos que se tocan con las manos ayudadas del flato natural, como el órgano de los fuelles; son estos los clarines y trompetas, de quien se inventaron después los menestriles, chirimías, cornetas, flautas, bajones, dulzainas y sacabuches, orlos, pito, zampoña y gaita. Esta última diferencia no es tan corriente como las otras, porque tiene ocupadas lengua y manos en una sola cosa; y estímase más cualquiera de las otras dos primeras, que se pueden usar cada cual por sí sencilla, y si concurren juntas ambas, hacen música entera, con mayor perfección y gracia. De la música que se forma de la voz también se hace otra subdivisión en tres partes; una de las cuales llamamos a la que con voz natural articulada, favorecida del arte, forma canto a imitación de las aves, ya sea por sí sola o con otras, en compañía de algún instrumento. La segunda es la elocuencia de palabras, de quien se saca una notable consideración, en lo que dejamos apuntado acerca de la fábula de Orfeo, cuya fuerza que dijimos en la música se atribuye a la energía y elegancia de sus palabras, la blandura, suavidad y artificio en ellas para persuadir, animar o divertir los oyentes, obligándolos a seguir su doctrina, último fin que con la oración se pretende. Y aquel decirnos que hacía mover los montes y ríos, entiéndese los hombres: montes llamó a los prudentes y sabios, constantes varones, a quien la escritura sagrada tiene dado el mismo nombre; y ríos, a los que como ellos andan flutuando con su poco saber, inconstantes de una en otra parte: aquellos que allí dicen lo que aquí niegan; a los cuales, unos y otros, fue poderoso traer a su devoción con su sola lengua, con palabras medidas y concertadas, obligándolos que se redujesen a vida política. De aquí se vino a llamar Orfeo, hijo de Caliope, una de las nueve musas, derivado de Caliophonos, griego, que quiere decir lo mismo que buen sonido de palabras; lo cual se interpreta de los oradores, que con el suyo tan elegante y gracioso en ellas, con el almíbar o melosidad, que, como de un panal, se destila de sus labios, adulzan y regalan los oídos, y con las cadenas de Gorgias el filósofo roban y saltean los corazones por ellos en la manera misma que la música. Vengo de esto a inferir, considerando cuáles fueron las de Cristo nuestro señor, pues tantas y tan extrañas maravillas obró con ellas, de donde sus apóstoles dijeron que las tenía de vida eterna; y allá una pobretica vieja, y como tan buena maestra, pues fue dicípula del maestro celestial, habiéndole oído hablar a las compañas, no pudiendo resistir a el sentimiento, se levantó entre todas y a voces dijo: «Bienaventurado el vientre que te trujo y los pechos que mamaste.» Vámonos bajando a lo llano, pues el subir es imposible. Digamos de David, que refiriendo a Ionatás, amigo suyo, la batalla que tuvo con Golias, y cómo ganó aquella vitoria, causó tales accidentes en él, que casi le arrancó el alma del cuerpo, dejándolo fuera de sí por gran espacio; como también lo quedó la reina de Saba, de haber oído al rey Salomón. Dice Valerio Máximo de Hejesiacas Cirenaico haber sido sus palabras tan eficaces, que obligaba con ellas a sus dicípulos, que de su propia voluntad, aborreciendo la vida, se abrazasen con la muerte, persuadidos de su sola dotrina ser el morir granjería por no sufrir las pinciones impuestas en los miserables cuerpos. Esto llegó a tanta desorden, que forzó al rey Tolomeo mandarle cerrar las escuelas y que no enseñase, para evitar el grave daño que resultaba de oírle. De Cleopatra reina de Egipto se dice que cuando hablaba parecía sonar una concertadísima música de flautas. En la vida de Cicerón refiere Plutarco, entre otras muchas excelencias de su lengua, que habiéndose declarado Quinto Legario por capital enemigo de César y estando preso para ser castigado por ello gravísimamente, le pidieron de merced oyese a Cicerón su abogado; y por no negar contra justicia un derecho común y natural a todos, la defensa propia, se le concedió: pareciéndole imposible tenerla tal, que lo pudiese librar de sus manos; y así, burlándose dijo:  «¿Qué me puede importar o impedir el aver oído a Cicerón?» Con esta licencia comenzó su razonamiento, tan elegante, adornado de palabras tan eficaces y vivas, que como en un tórculo fue apretando a César, y visiblemente se conoció habérsele mudado el rostro de colores varios y, por los meneos del cuerpo, las mudanzas del ánimo, quedando tan pasmado y otro, que sin sentirlo se le cayeron de las manos algunos papeles y memoriales que tenía en ellas: de donde resultó dar libertad a Legario, uno de los conjurados contra él y su mayor contrario. ¿Qué diremos de Foción, Demóstenes y Sócrates? ¿Dónde habrá lugar para tantos y tanto como se pudiera traer a este propósito? Quédense aquí, pues cuanto para el nuestro, lo dicho basta.

Y viniendo a la tercera y última división de Música, la cual es elegancia por escritos, que si no es más eficaz, no hay duda por lo menos tener la misma energía, como lo encarece Quintiliano, diciendo: «No es de menos dificultad aprender la música de las letras, que la de las cuerdas». Conocemos esto con evidencia, cuando en alguna lectura de consideración hay escritas cosas alegres, parece que a gritos dicen los ojos lo que se va leyendo con ellos y, centelleando en el rostro, se rasga la boca, para que pueda salir por ella el gusto. Y si son tristes, el resuello cerrado y oprimido casi revienta el corazón en el cuerpo, bañando las mejillas con lágrimas copiosas. Ya pues, cuando lo escrito es de las Divinas letras, que son la verdadera música celestial, o si es vida de algún santo, ¿a qué dolor nos provoca su penitencia o martirio, cómo se arrebata el alma, qué dolor le causa la ofensa de Dios, disponiéndose a la enmienda, qué discursos hace y qué trocada sale? ¿De quién (si pensáis) procede? No tanto de lo escrito, como de estar bien escrito; las letras concertadas y claras, la puntuación legal, ser las palabras vivas y llevar espíritu: porque aquello mismo, si tuviese barbarismos y otros errores contrarios a la ortografía, sin duda no hiciera semejantes efetos. La dulce armonía, la composición y música de las palabras escritas, que se simbolizan con la nuestra, de que tenemos tanta parte como lo testifican los movimientos interiores y exteriores que tenemos y se manifiestan por las voces, pulsos y sentidos, hace (como dijimos) que se vengan a tañer un instrumento con otro, por estar unísones y concertados. De aquí se colige cuánta necesidad tengamos de la ortografía, pues de unas palabras mismas, por estar bien o mal escritas, viene a resultar que las buenas admiren, muevan, alegren y entretengan, y las malas hagan remorder y acedar al oyente, de manera que antes hubiéramos elegido carecer de lo bueno, que sufrir padeciendo lo malo. Esto causa la música, el estar locas las cuerdas en la mala y el instrumento destemplado, con lo cual disuena en el oído, siendo insufrible y odiosa, porque ni se conforma con el sentido ni se abraza con el gusto. El instrumento es uno y una cosa misma lo escrito, empero, de templado a destemplado, de ortógrafo a bárbaro, es quien causa la diferencia. Y pues del bien escribir tanto provecho resulta y tanto daño de lo contrario, que no solo nos deja estragados, mas nos infama cerca de otras naciones. Trátase de la enmienda de tantas y tan falsas opiniones, como hasta hoy nos han tenido ciegos con su engaño, haciéndonos venerarla por cierta ciencia. Luz tenemos para ver, entendimiento para discurrir, para juzgar hay razón, y para elegir, prudencia; considérese desapasionadamente, con solo el fin de nuestro provecho, y como más a nuestra reputación convenga: no desmerezca por mío, lo que si fuera de algún extraño, si nos lo trujeran de otras naciones o tierras muy remotas, por ventura nos hiciera en la frente arrugas y enarquear las cejas.





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