Autoría y datación: En 1499 el Cabildo de la catedral de Burgos se planteó la conveniencia de renovar su vieja sillería.[1] Hacia 1504 o 1505 encargó su construcción al escultor borgoñón Felipe Vigarny, que tenía taller en Burgos, seguramente asociado, ya desde los comienzos del proyecto, con Andrés de Nájera (o de San Juan), “hombre sabio y experto en los oficios de talla e imaginería”, en expresión de Simón de Colonia. En abril de 1506 y fechas posteriores el Cabildo expresó su descontento con la marcha de las obras y con la calidad de las sillas entregadas, “que no son tales como la muestra que se dio y en ello resulta mucho enganno.” Tras diversos acuerdos, los trabajos continuaron y debieron de culminar en 1512, puesto que el 17 de noviembre consta la donación de la sillería vieja al monasterio de San Agustín. Durante las décadas siguientes la nueva sillería se vio sometida a varios traslados por diversas razones, hasta fijarse en la actual situación en 1551 y completarse su cerramiento en 1610. Durante estas reinstalaciones se añadieron o modificaron algunos de sus elementos, pero parece que el conjunto se mantuvo en su mayor parte. Por tanto, puede fecharse la obra entre los años 1505 y 1512.
A lo largo de tan complejo proceso intervinieron muchas manos, aunque los documentos no suelen especificar el papel que correspondió a cada artífice. Los especialistas han podido constatar la escasa intervención directa de “maestre Felipe” por comparación con el resto de su numerosa producción conocida. Recientemente José Ignacio Hernández Redondo[2] ha asegurado con buenos argumentos la participación de un jovencísimo Diego de Siloé en algunas figuras y tableros, entre los que se cuenta el dedicado a “Júbal, el tañedor”, con un laúd (tañido sin plectro) junto a un arpa y una flauta. Gran parte de las taraceas –como la que nos ocupa– que adornan los asientos con temas clásicos son atribuidas generalmente a Andrés de Nájera por su semejanza con la decoración de las sillerías de San Benito de Valladolid y de Santo Domingo de la Calzada, en las que consta su intervención.
Andrés de Nájera es una figura aún insuficientemente conocida. Parece ser que era judío converso. No es fácil identificar su obra, porque casi siempre trabajó en colaboración con otros maestros: con Vigarny en Burgos; con Guillén de Holanda en San Benito de Valladolid; con éste último y otros entalladores en Santo Domingo de la Calzada, etc. De todos modos, se le ha podido atribuir una fuerte tendencia clasicista, que quizá permita suponer años de formación en Italia. Fue muy respetado entre los de su profesión, por lo que con frecuencia se le requería para tasaciones de obras de otros colegas. Aún vivía en 1532, fecha en la que Alonso Berruguete le dirige una carta.
Descripción y contexto: La imagen se encuentra en el asiento de la silla 39 de la sillería alta contando desde el lado de la Epístola. El asiento es de madera de nogal (oscuro) y las taraceas embutidas en el mismo son de boj (más claro). La imagen ocupa la parte derecha del asiento y forma parte de una especie de friso con otras tres figuras, enmarcadas en columnas: “Architetus”, “Zaoriz” y “Astrologus”. Como conjunto forman una particular e inhabitual representación de las Artes liberales basadas en el número y sus aplicaciones prácticas. Creo que es significativo que sea precisamente una vihuela el instrumento que tañe la figura que personifica al “musicus”, reflejo, sin duda, del prestigio del instrumento en aquellas fechas.
Los asientos de la sillería ofrecen en su decoración una variada iconografía musical con representaciones de cantores, tañedores y danzantes diversos, agrupadas en escenas de notable realismo, debidas casi todas ellas a la misma mano. En algunos casos, incluso, se acompañan con ejemplos de notación musical perfectamente legible e interpretable[3] (asientos nº 2 y 57). No debemos extrañarnos por ello, puesto que el coro es esencialmente un espacio para la música.[4]
Imagen musical: Se trata de un personaje masculino zurdo y en postura erguida que tañe una vihuela con los dedos. La indumentaria –calzas, jubón, capa y sombrero rematado en una pluma– refleja una posición social acomodada, es decir, un caballero o galán, lo que representa una rareza en la iconografía de la vihuela, generalmente en manos de ángeles o personajes mitológicos. Por el contrario, la imagen guarda relación con otros datos de sobra conocidos que sitúan a la vihuela como instrumento preferente de los caballeros. Aunque se trata de una silueta sin fondo, la posición erguida y la vestimenta remiten a una escena de calle.
La técnica de la taracea no permite detalles organológicos minuciosos. Con todo, podemos deducir un tamaño medio-grande para el instrumento. Aunque las cuerdas están representadas por cuatro líneas, se rematan en seis clavijas. Son visibles los aros, rayados para conseguir efecto de sombreado, y una porción del puente. La mano del tañedor impide que aparezca la rosa, pero sí pueden verse tres de los cuatro adornos de las esquinas de la tapa. Parece que hay otro más debajo del puente.
[1] Resumo los datos más importantes tomados del estudio de Isabel Mateo Gómez, La Sillería del Coro de la Catedral de Burgos. Burgos, 1997. La autora, a su vez, recoge las aportaciones anteriores, entre las que hay que destacar: Teófilo López Mata, La Catedral de Burgos. Burgos, 1950. M. Martínez Burgos, “En torno a la Catedral de Burgos. I. El coro y sus andanzas”. Boletín de la Institución Fernán González, 1954. J. M. Azcárate Ristori, “La Escultura del siglo XVI”, Ars Hispaniae, vol. XIII. Madrid, 1958.
[2] “Diego de Siloé, aprendiz destacado en el taller de Felipe Bigarny”, Locvs Amoenvs, 5, 2000-2001, pp. 101-116.
[3] Publiqué una de estas brevísimas piezas en Juan José Rey Marcos, “Sobre la música renacentista para ministriles”, Revista de Musicología, II – 1979 – nº 2, pp. 348-350.
[4] V. a este respecto el importante trabajo de Pedro Navascués Palacio, Teoría del coro en las catedrales españolas. Madrid, Real Academia de Bellas Artes, 1998.